Otra historia mínima... y van?
La película de Pablo Giorgelli es noble por cuanto apuesta a un modelo narrativo simple, con personajes creíbles, con momentos que viran hacia un realismo casi documental. También es un desafío técnico importante por la cantidad de minutos que transcurren dentro de un camión en marcha para detenerse en la relación casi silenciosa de una joven, su bebita y el hombre que debe llevarlas desde Asunción hasta Buenos Aires (el director ha confesado que tardaron cuatro años en concluir el proyecto). Previo a ello, le debemos un hermoso contrapicado sobre unas acacias. Tal situación parece invitar al género de road movie, sin embargo, la escasez de lugares o paisajes devela que las intenciones pasan por desarrollar con sólo algunas líneas de diálogo la pequeña evolución (¿amorosa?) de los personajes.
Esta actitud es un buen contrapunto frente a cierta idea de cine argentino industrial, obsceno en sus declamaciones, pero no logra disimular algunos inconvenientes. En primera instancia, que tanto cálculo estético, basado en los supuestos de la sencillez, sea como una especie de trabajo práctico para circuitos festivaleros como Cannes. En relación a otros antecedentes, en este sentido, no aporta demasiado. Da la impresión de que los franceses continúan premiando el exotismo que les gusta ver, más allá de los méritos artísticos del filme. Sin embargo, a las funciones de Las acacias, durante el último festival de cine de Mar del Plata, concurrió mucha gente, con prolongados aplausos incluidos. Es de esperarse que el gesto del público no sea una pose y que dure el tiempo suficiente para que la película se mantenga en cartelera.
No obstante, advierto en ese rasgo de adhesión un cierto mecanismo reparador que, desde lo afectivo, funciona en la historia y representa un esfuerzo del director por captar una sensibilidad a partir de decisiones que toma con respecto al destino de los personajes (se supone que se volverán a encontrar), en la forma que intercala primeros planos (de la beba) y en una espera para el protagonista que valió la pena. Son esos pocos minutos que uno no esperaría encontrar, a fin de que se muestre, en todo caso, la doble cara que tiene toda relación y que basta para pensar un poco más en el carácter ambiguo de lo “real”. Este costado un poco sensiblero (que algunos críticos identifican con “calidez humana”), si se quiere, representa a mi criterio el punto más débil de una propuesta formalmente interesante.