La mirada desnaturalizadora
Las aspas del molino es un film donde pronto se perciben las limitaciones formales, pero también, por suerte, pronto se distinguen fortalezas vinculadas a la convicción con que está narrado el film y la multiplicidad de temas que aborda. Es que este documental trasciende el abordaje a la problemática del cierre y los diversos intentos de apertura del edificio al que pertenece la emblemática Confitería Del Molino, ubicada en Callao y Rivadavia (Capital Federal). De hecho, su contenido pesa mucho más que la forma, aunque no termina ahogándola y, por lo tanto, jamás abruma al espectador.
En Las aspas del molino, llamativamente, lo que termina siendo más atractivo es la historia personal del director chileno Daniel Espinoza García, quien, al igual que muchas personas más, debido a su condición de inmigrante extranjero no conseguía un garante para poder alquilar una propiedad, con lo que terminó siendo uno de los ocupantes del edificio donde se ubica la Confitería Del Molino, a través de un trato leonino con los propietarios, consistente en el abono de seis meses de alquiler por adelantado. Ahí empiezan a surgir las preguntas incómodas sobre las chances (o la ausencia de ellas) por parte de los inquilinos de plantar cara frente a los intereses y arbitrariedades de los propietarios, con un Estado que juega el típico papel de la ausencia; o cómo los extranjeros deben vivir en condiciones que rozan lo infrahumano para poder quedarse y llevar a cabo sus propósitos en nuestro país. Por suerte, Espinoza García se revela como un cineasta cuidadoso, evidenciando que lo que pasa con la confitería no es una simple excusa para contar otra cosa. Ese edificio elegante y ahora en ruinas es también pensado como símbolo de Buenos Aires, sirviendo de puntapié para exponer cómo el argentino muchas veces se construye a sí mismo a partir de la nostalgia por lo que fue y ya no es, incluso regodeándose en sus desgracias, y trasladando estas concepciones a lo arquitectónico y lo cultural.
Es cierto que a Las aspas del molino se le nota la urgencia con que fue realizada, no sólo desde lo técnico, sino desde la puesta en escena y cómo ensambla su discurso, sin poder salir del formato de la entrevista y remarcando muchas veces en exceso vía voz en off lo que ya está reflejado en las imágenes. Sin embargo, terminan prevaleciendo sus ambiciones y convicciones, a través del por momentos perturbador punto de vista de alguien de afuera que supo vivir el adentro, y que viene a poner el dedo en la llaga, haciendo notar lo absurdo y terrible de cuestiones que los argentinos -y en especial los porteños- tenemos totalmente naturalizadas.