Hay que reconocerle a “Las Aspas del Molino” (Argentina, 2014) de Daniel Espinoza García la extraordinaria habilidad e insistencia para construir un relato urgente y contemporáneo. En la narración del derrotero de los habitantes del deteriorado y casi abandonado edificio y confitería El Molino hay una historia que no solo es parte del propio realizador, sino, principalmente, de la ciudad en particular.
Acudiendo a testimonios de personajes que actualmente habitan departamentos del lugar, como así también a especialistas en la problemática arquitectónica y hasta filósofos que aportan su particular visión sobre el edificio, es que el director bucea por la identidad de uno de los lugares más misteriosos de Buenos Aires.
Misterioso por que es urgente, y porque habla de una parte de la ciudad que aún no se puede recuperar, casi una metáfora del pueblo argentino, una masa capaz de elevar a la enésima potencia a seres y lugares, pero también los puede bajar rápidamente sin siquiera mirar hacia atrás.
También la historia de “Las Aspas del Molino” es necesaria, porque en esa misma necesidad de recuperar y preservar hay una realidad que se desnuda, la de la imposibilidad de acceder a una vivienda digna, con especial énfasis en la problemática de los inmigrantes, que aun teniendo el dinero para abonar no pueden cerrar el contrato por carecer de una garantía que avale su buena fe.
Espinoza García llego al país para estudiar cine y terminó alquilando uno de los corroídos departamentos del edificio, y desde ese lugar puede construir un relato aun más potente porque sabe qué pasa detrás de las paredes de cada uno de los espacios. La garantía como impedimento de una buena vivienda y el ceder a la necesidad como forma de expresión, aún a sabiendas que desde aproximadamente 20 años el edificio no posee mantenimiento alguno.
La contundencia de la denuncia (acelerada en esa posibilidad casi arqueológica de ver, con la colocación de una cámara clandestina, y para algunos por primera vez, la ambiciosa confitería), como así también el intento de resistencia de los inquilinos (con muchas diferencias entre sí, desde poseer agua y electricidad a casi ni tener espacio en algunos casos) es contado con imágenes que buscan una clara empatía con la problemática.
Nadie sabe por qué el edificio y confitería están así. Nadie asume la responsabilidad en el tema. Sus dueños hacen silencio y avalan la utilización de los departamentos por parte de extranjeros pago mediante de una importante suma de dinero. Pero ahí esta “Las Aspas del Molino” con sus ganas de rescatar de la desidia y el olvido al emblemático lugar, pidiendo explicaciones para algo que aun hoy en día sigue sin comprenderse.
El director expone y se expone, y a la vez busca y reflexiona sobre el peligro de los que precariamente habitan el lugar. El montaje en paralelo, la entrevista tradicional y el relato en off en primera persona hacen aún más notoria la búsqueda de una pronta solución al tema, tan presente en la agenda mediática por estar enquistado en una de las esquinas más representativas de la ciudad.
Tal vez hoy siquiera sea observado en el diario trajinar por la zona, pero para eso está éste filme, nostálgico, un recuerdo de algo que fue y no volverá, casi un objeto de museo que refleja la identidad de un tiempo en el que la ostentación reinaba y que con crudeza y verdad intenta pedir por una pronta recuperación del mismo.