"Viaje en el tiempo"
Entrar a una sala de cine, sentarse, ponerse los anteojos 3-D y literalmente viajar en el tiempo para volver a sentirse como el niño que fuimos en algún momento y poder reírnos sin prejuicios de situaciones absurdas, personajes completamente increíbles y una historia divertida que tiene el merito de aportar un granito de arena a la cabeza de grandes y chicos.
Literalmente, eso es lo que sucede cuando ves “Las aventuras de Peabody y Sherman”, una de las películas de animación más divertidas y logradas de este abultado año en materia de entretenimiento de este estilo.
Basada en los segmentos de dibujos animados “El señor Peabody y lo improbable de la historia” que acompañaban a “Las aventuras de Rocky y Bullwinkle” allá por la década del 60, esta producción cinematográfica completamente descabellada cumple con creces el objetivo de entretener de principio a fin a cualquiera que se anime a verla.
Dirigida por Rob Minkoff, el realizador responsable de (pónganse de pie y saquen sus pañuelitos de papel) “El Rey León” y otras pequeñas joyitas como “Stuart Little” y “El reino prohibido”, vuelve a la animación exactamente 20 años después de la clásica historia de Simba y Mufasa para ofrecer en esta oportunidad una historia cuya premisa lo es todo.
El señor Peabody (la voz original es la del actor Ty Burrell) es el perro más inteligente del mundo. Además de recibir su titulo de doctorado con mención perrorifica en Harvard y ganar un premio Nobel, Peabody logró convencer a la justicia de los Estados Unidos para que le permitiera consumar un hecho insólito en todo el planeta: Adoptar un niño, a quien posteriormente llamará Sherman (Max Charles) y a quien criará como su propio hijo.
Si todo lo anterior no les resulta lo suficientemente bizarro (no dejemos pasar el insólito punto de que es un perro al que llaman “señor” y vive una vida completamente humana), falta lo mejor: Peabody tiene una máquina del tiempo con la cual realiza viajes al pasado para poder enseñarle a su hijo la verdadera cara de la historia.
“Todo aquello que, lamentablemente, los libros no relatan”, según sus propias palabras.
A través de este peculiar método de enseñanza, y sumergidos en la vorágine que propone el film, descubriremos por ejemplo que la revolución francesa se inició básicamente por la devoción que tenia María Antonieta por las tortas, que Tutankamón era un niño bastante caprichoso (y el pueblo de Egipto bastante divertido) o que Leonardo Da Vinci entre sus miles de inventos tenía un niño robot bastante tétrico, además de una relación más que conflictiva con la poco sonriente Mona Lisa.
Gracias al guión de Craig Wright (increíblemente, uno de los guionistas de “Six Feet Under”) y a un trabajo de animación que aparenta simple pero cuida hasta el más mínimo detalle (observen con atención la nariz de Peabody y comprobarán lo que les digo), “Las aventuras de Peabody y Sherman” adquiere un ritmo frenético y dinámico del cual es imposible despegarse, convirtiéndose así en una verdadera necesidad de parte del espectador que los realizadores supieron satisfacer eficazmente.
Pequeños tintes de emoción y cuotas de humanidad en un relato en el que cada 60 segundos hay algo que genera una sonrisa es la frutilla del postre que se agradece constantemente en la película, sobre todo llegado el momento en el que le gritamos a la pantalla “Yo también soy un perro”.
Y si nos vemos obligados a resumir toda esta enorme aventura en tan solo una frase, difícilmente exista otra más contundente que aquella que dice: “Todo perro merece tener un niño”.
Verdades absolutas si las hay.