Pequeña enciclopedia animada
"Si un niño puede adoptar un perro, no hay razón alguna para que un perro no pueda adoptar un niño", menos si ese perro es el ser más inteligente del planeta. Sobre esta línea ficcional corretea el guion de Las aventuras de Peabody y Sherman, simpática y dinámica historia a cerca de un sano vínculo paterno que supera las especies y los prejuicios.
Padre e hijo viven armónicamente en una fastuosa casa moderna, sin poner en cuestión su peculiar modo de relación. Las cosas cambian cuando el nerd pelirrojo empieza la escuela y se siente acosado por Penny, una ególatra compañera que, amenazada por la inteligencia superior de Sherman, lo hostiga sin darle tregua.
Para probar que sus conocimientos son ciertos, el pequeño decide mostrarle a su envidiosa rival el secreto más grande de su padre: la máquina del tiempo. Rob Minkoff (director de clásicos animados como Stuart Little y El Rey León) parece haberse metido en esa misma máquina para rescatar de la década de 1950 al dúo de personajes creados por el caricaturista norteamericano Ted Key.
Traídos a la actualidad, y a la pantalla grande, Mr. Peabody y Sherman adquieren una inusitada vitalidad. Las nuevas técnicas de animación les otorgan cuerpo, movimiento, dimensión y visos de acción.
Esa síntesis entre lo actual y lo viejo es uno de los puntos que la película anota a su favor: los chicos pueden entretenerse en la expectación de una trama con ritmo y una animación de alta gama, mientras los padres o abuelos se enganchan en el montón de guiños enciclopédicos y sanan la nostalgia.
Es que Las aventuras de Peabody y Sherman hacen transitar al espectador por un viaje de aprendizaje que recorre distintos momentos de la historia y múltiples capítulos de la enciclopedia. Troya, Egipto, la Florencia del Renacimiento, la Revolución Francesa, George Washington y Albert Einstein acaban mezclados en un mundo que habrá que rescatar de la grieta temporal.
En ese veloz recorrido, puede que varios chiquitos caigan en un agujero negro, que no identifiquen a los personajes o que los fenómenos históricos caricaturizados les queden demasiado grandes. Pero, al fin y al cabo, ¿qué mejor que acceder a lo desconocido sentados en el cine y de modo divertido?