Tintin es, culturalmente hablando, una ficha rara del comic. Es una historieta de aventuras creada por el belga Georges Remi (alias Hergé) para el diario Le Vingtieme Siecle en 1929. Durante años se publicó como tira para periódico hasta que vino la Segunda Guerra Mundial y allí el autor decidió seguir trabajando en los diarios ubicados en la zona controlada por el régimen pro Nazi de Vichy. Ello le valió el mote de colaboracionista, con lo cual Hergé se vió en aprietos para continuar con su obra, y terminó por armar su propia editorial. Como sea, la movida resultó ser tremendamente exitosa, convirtiendo a Hergé en millonario y haciendo que Tintin apareciera publicado en decenas de países e idiomas diferentes. Curiosamente la tira originada en un diario se transformó en una novela gráfica cuasi de lujo, razón por la cual el acceso a la obra resultó ser restrictivo. Recuerdo que en mi Uruguay natal veía pasar de largo los libros de Tintin, simplemente porque eran demasiado caros (algo similar a lo que ocurría con Lucky Luke, Asterix y otros comics europeos).
Precisamente debido a la naturaleza elitista de su publicación (y por ende, su acceso disponible sólo a clases acomodadas), resulta muy curioso ver a un americano intentando adaptar semejante obra - más, considerando que la popularidad de Tintin radica en Europa y, en menor medida, en Latinoamérica; Estados Unidos definitivamente no es su mayor mercado -. El tema pasa por una cuestión de gustos y sensibilidades, en donde el director no siempre entiende la naturaleza del material. Acá figura en el sillón de mando Steven Spielberg - tipo con talento, si los hay -, pero semejante nombre no garantiza el éxito de la adaptación. A priori uno hubiera preferido a un director inglés o galo, o incluso a Peter Jackson (que oficia aquí de co-productor y provee los servicios digitales de su empresa Weta), cuya cultura neozelandesa tiene raices europeas más fuertes que la estadounidense y que, por lo tanto, tiene un arraigado sentido del estilo. El otro punto es que Tintin es un comic muy europeo - con aventuras a la antigua y muy pro colonialismo -, y dudo mucho de que se trate de la historieta más vendida en los Estados Unidos. Por el contrario, en una cultura en donde abundan los superhéroes, Tintin debe ser un bicho raro, restringido a un puñado relativamente minúsculo de fans de culto.
Aún así, Las Aventuras de Tintin: El Secreto del Unicornio resulta superior a lo esperado. Hay intrigas y acertijos, hay un estilo 3D que respeta muchísimo al trazo original de los personajes, y la adaptación resulta bastante fiel al espíritu de la historieta; pero, de no ser por lo que rezan los títulos de crédito, resultaría imposible adivinar que Spielberg es quien dirige. Sin dudas hay ritmo y hay acción, pero no hay secuencias memorables. Spielberg disfruta con las libertades que le da la animación digital - pone cámaras en ángulos imposibles, siguiendo por detrás a personajes en movimiento o atravesando todo tipo de objetos -, e intenta inyectarle adrenalina al relato con persecuciones que se ven demasiado exageradas y que parecen salidas de un film de Barry Sonnenfeld. El exceso de comedia slapstick no arruina la obra, pero resiente su calidad, y es en lo único en donde se nota la mano de un americano en todo el asunto. Por lo demás, la dirección de Spielberg es practicamente anónima y correcta.
La historia está ok, aunque el enganche de algunas de las pistas que encuentra Tintin suena algo traído de los pelos. La animación es impecable - en el caso del villano Sakharine, uno podría pensar en la versión digital y malvada del propio Spielberg - y el grado de detalle del mundo virtual es asombroso, pero... la historia a veces se pasa de rosca y, para colmo, el personaje del capitán Haddock se vuelve pesado bordeando lo insufrible. Es borrachín, burro, torpe y es más lo que arruina que lo que ayuda. De todos modos, el libreto siempre encuentra algún modo para que uno no termine por odiarlo.
Una de las cosas más sorprendentes del filme es la interpretación vocal, la que resulta fabulosa. Acá hay actores actuando - no haciendo de sí mismos sino creando voces y caracteres - y, en algunos casos, resultan casi irreconocibles. Andy Serkis es un mago de la caracterización, pero uno se lleva una sorpresa con Daniel Craig - el que suena completamente diferente a lo habitual -, y hasta con la dupla de Simon Pegg y Nick Frost. Por su parte Jamie Bell es más que adecuado para el papel, con el único detalle que la producción convierte a un personaje 100% galo (o belga, como prefiera) en un inglés con acento cerrado.
Las Aventuras de Tintin: El Secreto del Unicornio es un buen filme, correcto, prolijo y entretenido. No es una maravilla de excitante - aunque hizo una buena recaudación, creo que la obtuvo más por el nombre de Spielberg en el cartel que por otra cosa - ni es lo mejor de Spielberg, pero se deja ver y no deja mal sabor en la boca.