Una adaptación sin parpadear
Pocas veces los géneros de acción y aventura han sido tomados de forma tan literal como en Las aventuras de Tintín. Más allá del parecido o "traición" frente al original de Hergé (Tintín siempre fue 2D y era inevitable que el tránsito de dimensión lo modificara, para detrimento de sus fanáticos), el filme de Spielberg/Jackson semeja una montaña rusa de ambientaciones e imaginarios sin respiro (avionetas sobrevolando desiertos, barcos de piratas batallando sobre océanos enfebrecidos, motonetas a lo Indiana Jones surcando convulsionados pueblos exóticos) que no permite deslices o paralelismos argumentales, es un todo vertiginoso y fugaz.
Tanto es así que el único fundido a negro está en el final. En otros momentos del filme, el paso de una escena a otra ocurre mediante curiosas mutaciones: un mar oscuro se convierte en un diminuto charco de agua en la más amable ciudad, dos manos se entrelazan para formar una serie de dunas del Sahara. El recurso funciona deliberadamente para no cortar, para no frenar esa unidireccionalidad que persigue su objetivo como un disparo del arma vintage de Tintín.
Y es que la historia de la película puede ser resumida en pocas líneas: Tintín descubre una maqueta de un barco antiguo en una feria de chucherías, para caer en la cuenta más tarde de que ésta esconde un misterioso trozo de pergamino. De allí a saber que existen dos maquetas más que completan el enigma de un tesoro oculto habrá poco trecho, y por supuesto el filme se concentrará enteramente en la disputa que enfrenta a Tintín y su compinche el borrachín capitán Haddock (Andy "Gollum" Serkis, en el personaje más humano y atractivo de la cinta) contra el maníaco y refinado Sakharine por hacerse con el ansiado botín escondido.
Simpleza de conjunto y complejidad en los detalles (gran parte del ingenio de la película está puesto en los objetos de fondo que de repente se vuelven eficaces herramientas de lucha o de transporte, en los bellos y cuidadísimos decorados, en los gags y breves intromisiones que protagonizan Milú y los agentes Hernández y Fernández) que acerca Las aventuras de Tintín más a un videojuego pasapantallas de última generación que a una cándida recreación "retro" del mito. Por eso, la comparación con Indiana Jones es anecdótica: Tintín es un remix de aquél.
Aun así y a pesar de que cierta ambigüedad histórica acreciente la sensación de estar ante una plataforma tecnológica de vanguardia, para la cual el argumento es sólo una excusa de "desarrollo", es tal la soberbia visual y sonora, la majestuosidad y virtuosismo del filme, que uno no puede dejar de pensar que, más allá de la copia fiel o infiel del reportero belga, Spielberg/Jackson se tomaron la adaptación con sumo respeto, y eso siempre es celebrable.