Una insaciable sed de aventuras
En los sesenta y setenta, hubo un grupo de cuatro amiguetes que pretendieron cambiar Hollywood. En parte lo lograron, aunque Hollywood los cambió más a ellos. George Lucas fue un gran inventor de conceptos, y prácticamente inventó con La guerra de las galaxias la noción de franquicia; Francis Ford Coppola creó grandes obras de la historia del cine, como El padrino, La conversación y Apocalipsis now, pero se le acabó la nafta luego de Drácula; Martin Scorsese, el que siempre tuvo la mayor formación teórica e investigativa, supo aplicarla para quebrar límites del género, utilizando con maestría el montaje; y Steven Spielberg fue creando toda una sucesión de paradigmas genéricos, como Tiburón, ET, Encuentros cercanos del tercer tipo, la saga de Indiana Jones, Jurassic Park, La lista de Schindler y Rescatando al Soldado Ryan. De los cuatro, sólo los últimos dos siguen produciendo un cine trascendente, atendible, interesante.
Uno podía preguntarse para qué Spielberg querría llevar a la pantalla grande a Tintín, la más famosa creación de Hergé, más teniendo en cuenta que los fanáticos de la historieta iban a hacer fila para pegarle. La primera parte de la respuesta la dio el realizador mismo, describiendo el vínculo que veía entre el joven periodista y el arqueólogo Indiana Jones, como individuos introducidos en la aventura, transformados y transformadores de las circunstancias. La diferencia podía radicar en que ya estaría presente el modelo impuesto por Lucas, quien construye las historias protagonizadas por el personaje encarnado por Harrison Ford.
La segunda parte de la respuesta pasa por el motion capture, instrumento de animación despreciado si lo hay, que aquí encuentra su mejor forma. Aquí es donde volvemos a la cuestión de los paradigmas impuestos por el gran Steven. A partir de ahora, quien quiera realizar un film con motion capture en 3D, deberá ver Las aventuras de Tintín. La unión de Spielberg con el productor Peter Jackson encuentra en esta técnica su propósito para lo que se está contando, porque aporta la fisicidad que requiere la trama y la fluidez espacio-temporal que transmitía la historieta. Dos escenas bastan como ejemplos: la brillante transición entre pasado y presente en la narración de la batalla en el barco El Unicornio; y la persecución en Marruecos, con un trabajo estupendo de la puesta en escena, a través de un maravilloso plano secuencia.
Pero Las aventuras de Tintín tiene también para ofrecer personajes muy bien configurados (el Capitán Haddock es un borrachín adorable), una historia atrapante y fiel al espíritu del original, mucho humor simple pero efectivo (en eso Hergé y Spielberg se parecen mucho) y una voluntad inquebrantable de contagiar al espectador, de hacerlo partícipe de lo que se está contando, de que se identifique con los protagonistas al punto de querer ser él del mismo modo todo un aventurero.
Se nota que para Spielberg el cine es la mejor de las aventuras. Y que quiere que nosotros también seamos parte de ella.