Las brujas son reales y están entre nosotros. Nos podemos encontrar con una de ellas en cualquier parte. Una bruja podría ser una vecina, una maestra, una enfermera. Pero lo más importante es que las brujas odian a los niños y quieren destruirlos. Esta es la premisa de la que parte Las brujas, la famosa novela infantil de Roald Dahl publicada en 1983 y llevada al cine en 1990 en una película dirigida por Nicolas Roeg y protagonizada por Anjelica Huston.
30 años después, el director Robert Zemeckis, junto con Guillermo del Toro como coguionista y productor, se encarga de actualizarla. Y es en la actualización para un público nuevo (en el contexto de una industria que exige la corrección política) donde están los problemas, pero también los aciertos y los motivos para defenderla, ya que, desde su estreno el año pasado vía streaming, la película no cosechó buenas críticas.
A simple vista, Las brujas, de Zemeckis, es una película de fórmula (en el sentido de trillada y sin riesgos), con momentos fallidos y escenas sin inspiración, en la que los pasos de comedia y los elementos de fantasía y de terror se ven forzados (la sobreactuación intencional de Anne Hathaway como la Gran Bruja, por ejemplo, es de lo más flojo del filme). Es decir, esta nueva versión no logra el buen resultado que sí logra la película de 1990, que tiene la ventaja de contar con una villana escalofriante.
Pero es justamente su predecesora lo que la torna interesante o al menos lo que hace que a esta remake se la vea como una película que atenta contra los principios de la anterior. El cambio más importante que hace es que los niños que se convierten en ratas quedan convertidos en ratas, detalle que la acerca más a la animación infantil que a la fantasía realista de la primera.
La historia introduce varios cambios. En 1968, Bruno, un niño de 8 años, pierde a sus padres en un accidente automovilístico y se tiene que ir a vivir con su abuela a Demopolis, un pueblo de Alabama. Es allí donde ve a la primera bruja. Al darse cuenta del riesgo que corren, la abuela decide llevarlo a un hotel lujoso para turistas, cerca de una playa. Lo que no saben es que al hotel llegarán la Gran Bruja y su comitiva para llevar adelante una reunión con fines diabólicos.
Zemeckis recurre a las imágenes generadas por computadoras (CGI) para las escenas con los roedores. Y esta decisión puede despertar el rechazo de algunos, aunque es evidente que es allí donde se encuentra su actitud más rebelde y lo que la diferencia de la anterior. Las brujas es una película de brujas que deviene en película de ratones, y en una de ratones un tanto depresivos, glotones y paranoicos.
La otra novedad es que la actual política de inclusión del cine norteamericano está a la orden del día (los protagonistas son negros y una de las ratas es mujer). Además, la abuela ya no es una excazadora de brujas como en la película de 1990, sino una mujer temerosa, cuyos trucos de magia ya no le funcionan.
Fuera de Volver al futuro, las películas de Zemeckis son, apenas, buenas artesanías. Pero lo bueno es que el realizador cree en el trabajo constante de seguir contando historias renovadas, sin importar el resultado. Este parece ser el gran acierto de Zemeckis.