Hechiceras vascas y bizarreadas
Las brujas de Zugarramurdi tiene fuerza y adrenalina. Mucha, y sobre todo al inicio. Es fresca, osada, impulsiva, espontánea e intensa. Pero no todo el metraje. Pasada la media hora, quizás los 45 minutos, aparece el tambaleo, la irregularidad y el declive. Y se ve la cara que más le cuesta moderar o controlar al director bilbaíno: el exceso, en el sentido de saber distinguir hasta qué punto un gag es en verdad gracioso y funciona.
Hugo Silva y Mario Casas asaltan, junto con el pequeño hijo del primero, un local de empeño de oro y huyen en un taxi rumbo a Francia. Para arribar allí, es de pasaje ineludible Zugarramurdi, un pueblo oscuro y misterioso en donde se topan con la tenacidad de tres brujas que complican abruptamente su “estadía”.
Una comedia vinculada al género de terror/fantástico en donde la acidez y el humor negro vuelven a estar a la orden del día. De la Iglesia saca a relucir la misoginia en cada uno de sus personajes masculinos, en momentos realmente disfrutables. Conecta al espectador estruendosamente con un arranque a puro vértigo y ritmo, cargado de diálogos agudos, relampagueantes, con el particular desenfado y desprejuicio que le imprime el creador de El día de la bestia a sus proyecciones.
Inevitablemente, el film comienza a desarmarse mientras los minutos corren y la trama pierde fibra y energía. Pero el problema principal, quizás, guarde lugar en esa obstinación del vasco en no detenerse y en enviciarse con ese constante recurso a la sátira. Si bien tiene una capacidad innata para hacer reír, a De la Iglesia últimamente le está jugando en contra su ceguera en el hecho de discernir cuándo es necesario cortar una determinada escena o situación para no incurrir en la reiteración de una ironía que, por su desborde, pueda perder la chispa.
LO MEJOR: interpretaciones, fotografía. Un comienzo electrizante. Cuando el humor funciona.
LO PEOR: si bien se trata de una película bizarra, pierde sustancia y fuerza. Cuando el humor no funciona.
PUNTAJE: 5,5