Se ha hablado mucho y no muy bien de Las brujas desde su estreno en España, en septiembre pasado. La nueva película del bilbaíno Alex de la Iglesia exhibida primero en la sección Midnight Madness del último Festival de Toronto y luego, fuera de competencia, en el de San Sebastián recibió más palazos que elogios, casi todos con el mismo argumento: se le reconoce una gran primera mitad y se le señala con mucha saña un derrumbe posterior que desdibuja ese inicio poderoso, de ritmo trepidante.
Inspirado en la historia de cuarenta mujeres procesadas por la Inquisición española en el pequeño pueblito de Navarra del título original (doce de ellas terminaron en la hoguera acusadas de brujería), el film marca el reencuentro de De la Iglesia con Jorge Guerricaechevarría, su colaborador habitual hasta que decidieron tomar caminos separados tras el estreno de Los crímenes de Oxford , otra película muy discutida del ex director de la Academia de Cine española.
El film arranca con un desopilante robo a una joyería en pleno centro de Madrid protagonizado por un par de presuntas estatuas vivientes, un grupo de secuaces camuflados con disfraces de personajes célebres de series de dibujos animados y un niño de 8 años armado hasta los dientes y muy sagaz a la hora de disparar. Toda esa secuencia de apertura combina acción con humor de manera ejemplar y está resuelta cinematográficamente de manera notable.
Cercado por la policía, el grupo que encabeza el golpe un padre divorciado que pretende llevar a su hijo a Disneylandia París, el amigo mujeriego y no muy lúcido que lo secunda y el niño pistolero termina escapando rumbo a Francia junto con un taxista casualmente involucrado en la huida y un pasajero aterrorizado y obsesionado con llegar a Badajoz. Y justamente cuando llega a Zugarramurdi, la pequeña villa vasca presentada como el fantasmal centro de operaciones de un grupo de malévolas brujas, empieza un raid aún más delirante, donde De la Iglesia da rienda suelta a su pirotécnica imaginación visual.
Es cierto que la historia se desmelena por completo en ese segundo tramo, pero también que la película conserva la gracia para los gags y las escenas de acción, además de sostener un atrapante ritmo narrativo. Calificado ligeramente de misógino, el nuevo trabajo del director de la celebrada El día de la bestia respondió la acusación al declarar que "las mujeres son malas y buenas, son lo mejor y lo peor de la vida", y confesó que el principal motor de la historia fue su proverbial incapacidad para relacionarse con el sexo opuesto.
Si hay una lectura que no aplica para esta comedia negra y disparatada es la de la corrección política. Conviene, como admite uno de los protagonistas, insólitamente entusiasmado en una situación límite cuando las brujas lo toman como rehén, dejarse llevar, entregarse al viaje alucinado y excesivo que propone un De la Iglesia menos reprimido que nunca.