Algo maligno se acerca por este lado
Los primeros 30 minutos de Las brujas (Las brujas de Zugarramurdi, 2013) saciarán inmediatamente a cualquier fan de Alex de la Iglesia: encontrarán humor negro, fugitivos en la carretera, erotismo grotesco, exceso y santería, que el diccionario define como una religión sincrética nacida de la fusión entre el cristianismo y mitología africana, y que en la práctica (al menos en las películas de Alex de la Iglesia) funciona como una especie de satanismo pop. La brujería es su conclusión lógica: ominosos rituales que no significan nada y cualquiera puede practicar.
La película comienza a lo Macbeth, con tres brujas entorno a un caldero profetizando el apocalipsis, que siempre es inminente en las películas de Alex de la Iglesia. Luego cortamos a Madrid, a un asalto a una joyería estilo Michael Mann, con una banda de ladrones empilchados con disfraces ridículos (Bob Esponja, Mickey Mouse, etc.). El líder es un Jesucristo de plata que carga una cruz con una escopeta dentro. Ha traído a su hijo al robo también, y encuentra tiempo para discutir las amarguras de su reciente divorcio con él (y sus rehenes). Padre, hijo y cómplices se balean con la policía y escapan en taxi rumbo a Francia con una bolsa llena de oro.
Ocurre que la banda entra en tierra vasca, donde yace el pueblo maldito de Zugarramurdi, y terminan prisioneros en el castillo de un clan de brujas en vísperas de aquelarre, donde celebraran el apocalipsis del hombre y el advenimiento de la mujer como género superior. Su líder es Carmen Maura en el papel de viuda fatal; Carolina Bang es su hija, una bruja punk llamada Eva (imagen que define el espíritu de la película: Eva en lencería negra escurriendo jugo de sapo sobre sus pechos mientras los protagonistas espían calentones).
Más allá de los gags físicos, que suelen ser los menos divertidos, la película posee una fuente estable de humor, que es la representación de una batalla de los sexos entre el machismo patético y el feminismo demoníaco. Sus observaciones no son particularmente ingeniosas, y reciclan muchos chistes, pero en el marco del género del terror y las interpretaciones aterradas, quedan graciosas. Podría criticarse a la película su mirada machista sobre la mujer, en definitiva un ser sádico, irritable y resentido que echa berrinches en el piso y sólo acepta relaciones de dominio con el hombre, pero Alex de la Iglesia es un director que vive y exuda excesos, y sus exageraciones exceden el sexo y abarcan todo lo demás.
Los personajes se separan, se juntan y se vuelven a encontrar mientras huyen de la jauría de brujas que quieren sacrificarles, surcando los túneles y pasadizos del castillo como Scooby Doo hiciera antes que ellos. La película no posee tanta magia como la de El día de la bestia (1995), ni personajes tan memorables como Perdita Durango (1997), ni actuaciones tan carismáticas como Crimen ferpecto (2004), pero posee lo que casi todas las películas de Alex de la Iglesia tienen, que es una energía inagotable, personajes entretenidos, integridad artística y ganas de hacer reír – películas que se destacan por el estado de ánimo en el que se encuentran y el cual evocan. Resulta imposible aburrirse con ellas.