Aquelarre ibérico
Alex de la Iglesia es uno de eso de esos directores que no se sabe si filma para divertirse él mismo o para divertir al público. Cuando se conjugan las dos opciones, estamos frente a muy buenas películas como El día de la bestia, Crimen ferpecto o la primera parte de Las brujas, que comienza con tal frescura y desfachatez que es imposible no disfrutar incluso del acribillamiento de Bob Esponja en pleno centro madrileño.
José (Hugo Silva) y Tony (Mario Casas) son dos estatuas vivientes de las tantas que vemos en las grandes ciudades pero que en este caso, junto al hijo de 10 años del primero de ellos, tratarán de robar una casa de empeños. El asalto saldrá mal, la policía los perseguirá y los asaltantes tratarán de huir rumbo a Francia para que José, padre divorciado con pésima relación con su ex, pueda usar su parte del botín para llevar a su hijo al Disney de París. Toda esta primera mitad es una perfecta combinación de humor y acción a la que no le sobra ni le falta ni un plano ni una línea de diálogo.
En la segunda parte, que es cuando la película se deshilacha un poco, el grupo llega a Zugarramurdi, un pueblo maldito ubicado en tierras vascas, famoso porque en las épocas de la Inquisición quemaron a varias mujeres acusadas de brujería. Es allí donde son secuestrados por tres generaciones de brujas: la abuela, Terele Pávez; la madre, impagable Carmen Maura; y la hija, una impactante Carolina Bang enfundada en látex negro, colándose de modo sutil el carácter medieval que dejó la Inquisición en la cultura española a pesar de la imagen de país moderno e integrado a la comunidad europea que quieren vender desde la península ibérica. Aquí el guión se pone más grueso, con bromas misóginas aunque suavizadas por el patetismo de los hombres que las enuncian, y la trama deja de fluir, pues se detiene en luchas enmarcadas por efectos especiales no demasiado logrados y un humor muy básico, perdiéndose totalmente la naturalidad y la frescura de la primera parte.
Si bien es cierto que con este film el director vasco no llega al nivel de títulos anteriores como El día de la Bestia, Crimen ferpecto o Muertos de risa, también hay que decir que, a diferencia de la muy floja Balada triste de trompeta, en la que el cineasta pontifica acerca de la situación política de España, aquí se concentra en el género de la comedia de terror, manteniendo intactos el desenfreno y la imaginería visual que lo han caracterizado a lo largo de su carrera.