Una narración desaforada
La nueva producción del talentoso director Alex de la Iglesia parte de un insólito robo en Madrid y desemboca en el alocado viaje de los ladrones hacia la frontera con Francia.
El asalto a un local de empeños en la populosa Puerta del Sol madrileña, a cargo de un Cristo plateado (con cruz y todo), Bob Esponja y un soldadito íntegramente verde, es sin duda una de las escenas del año (de acción y de las otras), a partir de la violencia, la ironía y la mirada sobre el estado de las cosas de una empobrecida España según Álex de la Iglesia, gran director contemporáneo y desaforado contador de historias, que como le sucede casi siempre, tiene un comienzo memorable y a medida que avanza el relato se va enredando en los excesos, aplastando todo lo construido hasta el momento.
El robo perpetrado por un grupo de perdedores disfrazados de estatuas vivientes está encabezado por José (Hugo Silva), desesperado por conseguir la custodia compartida de su hijo –que también participa del atraco disparando cual Oaki ibérico–, acompañado por Tony (Mario Casas), un relaciones públicas desocupado. En la huida se le suma forzosamente Manuel (Jaime Ordóñez), el conductor del taxi que toman los ladrones. A medida que los hombres desandan el camino hacia la frontera con Francia, se van contando sus penas y llegan a la obvia conclusión de que la culpa de cada uno de los males de este mundo se deben a las mujeres.
Pero el botín tiene lo suyo: 25 mil alianzas de oro, vendidas, empeñadas por la miseria, el desamor o el odio de parejas que no llegaron a nada. Y la carga negativa de la bolsa se comprueba cuando en el raid los fugitivos a llegan a Zugarramurdi, un pueblo donde se chamuscaron varias supuestas brujas durante la inquisición. Y mientras la ex mujer de José los persigue para recuperar a su hijo ayudada por una pareja de penosos detectives, los fugitivos caen en las garras de esa comunidad matriarcal que lideran Graciana, Eva y Maritxu (desquiciadas madre, hija y abuela interpretadas por Carmen Maura, Carolina Bang y Terele Pávez), un poco como para que paguen por la estupidez y la crueldad de los hombres desde el principio de los tiempos, y otro poco como material de ofrenda a la diosa que va a inclinar la balanza para que las mujeres vuelvan a dominar al mundo.
El director vasco, una vez más, no puede frenar a tiempo y todo el humor negro, un elenco fantástico y sobre todo una historia llena de aciertos, en el último tercio de la película abandona cualquier autocontrol y se lanza al frenesí de la acumulación de ideas, al placer (el suyo) de la narración desbocada y a un final apoteótico e incomprensible, casi escindido del resto de la película.