Ellas, las comehombres.
La catarsis es algo peligroso para Álex de la Iglesia. Por un lado, el arte motivado por la furia siempre es fuente de grandes pasiones dignas de ver. Por el otro, estamos hablando del mismo hombre que se hizo un lugar en el nicho del culto gracias a su hábito por la farsa extrema, con clásicos como Acción mutante, El día de la bestia, La comunidad, Muertos de risa y Crimen ferpecto; dicho de otra manera, hacer que actúe bajo la influencia de la furia es correr el riesgo de quien le da azúcar a un chico hiperactivo. Es por eso que, al oír sobre como el próximo proyecto del ibérico divorciado iba a ser un relato fantástico sobre la maldad de las mujeres, sonaba normal alarmarse. Sin embargo, por la mayor parte de Las Brujas (2013), el realizador logra volver al hermoso ritmo de sus viejos delirios, hechizo que por desgracia también tiene una hora de desvanecerse.
El frenetismo no se tarda en llegar. A los pocos minutos de iniciado el film, se lleva a cabo un suceso que funcionaría como la perfecta entrada a un chiste: una estatua viviente de Jesús, un soldado verde y un grupo de muñecos disfrazados entran a un local de empeño en la Puerta del Sol, sacando armas a lo loco y robando todo el oro. De este atraco y la subsecuente persecución con la ley (en la cual ni siquiera Bob Esponja se salva de la balacera), salen de Madrid el mujeriego Tony (Mario Casas) y el separado José (Hugo Silva), quien, ante la situación de poder ver a su hijo en escasos horarios, decide llevarlo en su fuga a Francia.
Pero para alcanzar su destino, todos tienen que tomar el coche del taxista Manuel (Jaime Ordóñez), un hombre dominado y creyente que decide acompañarlos en su escape… hasta que descubre que tienen que pasar por el pueblo fronterizo de Zugarramurdi. Para el fanático de los shows paranormales, el lugar tiene su historia: sirviendo como hogar del acto de fe por el cual los inquisidores españoles retuvieron a miles de personas y sentenciaron a decenas de mujeres a la muerte, la localidad sirvió como verdadera cuna del mito de la brujería, aún antes de Salem. Como es de esperarse, los criminales no le harán caso, tras lo cual se encuentran con Maritxu (Terele Pávez), Graciana (Carmen Maura) y Eva (Carolina Bang), tres mujeres que hacen lo imposible para atraerlos a sus hogares. Por desgracia para ellos, el amigo chofer tenía razón: en realidad ellas son hechiceras caníbales, inmersas en la tarea de cumplir una profecía sobre el pequeño asunto de traer al Anticristo para acabar con el mundo.
Basándose en esto, el director y co-escritor español (junto a su colaborador habitual, Jorge Guerricaechevarría) establece una batalla de los sexos sobrenatural, que toca uno de los puntos menos explorados habitualmente en este tipo de relatos (y aún más en versiones fantásticas): la intimidación masculina con la mujer. Tan sólo basta con recordar el origen del concepto que adorna el título del film. Como dictó la historia, la caza de brujas fue la excusa de la Iglesia durante la Edad Media para silenciar a cualquier dama que se atreviera a expresar su pensamiento; de esa forma, el Malleus Maleficarum fue uno de los libros más mortales de la historia. La subversión principal ejercida por De la Iglesia, con sus señoras fuertes y poderosas en varias épocas de la vida, tiene buen gusto; de todas maneras, siendo quien es, el artista recalca la idea con el exceso de la comedia negra y la fantasía de sus primeras obras, empleando torturas, embrujos e incluso una Venus de Wyllendorf de 15 metros de alto, como cereza del postre.
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Pero, desde luego, todo es una excusa para el mensaje del cineasta, quien pinta a las portadoras de estrógeno como fríos, calculadores y despiadados seres que se alimentan en el aprovecho de la suprema estupidez e incoherencia de los varones. Es en este enfoque, que el bilbaíno se acerca peligrosamente al terreno de la misoginia; no ayuda que, por ejemplo, la ex-esposa de José (interpretada por Macarena Gómez), resulte ser tan brutal como las arpías satanistas que sirven como villanas de la producción. Ahí, Álex se desvía de su film y empieza a lanzar su frustración por la pantalla, amargando el gusto de todo. Por suerte, la ridiculez de su premisa ayuda a que bastante de su enojo entre en la broma de la historia; sin embargo, uno no puede evitar pensar como sus deslices en sus “películas de protesta” (como Balada triste de trompeta y La chispa de la vida, sus últimos trabajos) lo sacan más y más de control.
Eso es algo que se vuelve a notar al ver la ejecución de su historia, desde el frenesí de acción y bizarrez de la impecablemente dirigida media hora inicial, hasta el desinflado desenlace, un conjunto de peleas aburridas, revelaciones sin sentido y malos efectos especiales que hace que las casi dos horas de duración se tornen un tanto interminables. Por fortuna, la diversión causada por el impecable elenco lleno de figuras del humor (fíjense que plagado de comediantes está esto, que uno tiene que mencionar aparte las apariciones de los grandes Carlos Areces y Santiago Segura, quienes se roban sus escenas con altos niveles de travestismo) y la velocidad feroz de los primeros dos actos hace que los problemas de Álex con el otro sexo queden como asunto para otro día.