La historia se centra en Gustavo (interpretado por Javier Drolas), padre de tres hijos y separado de su esposa Cecilia (Jazmín Stuart), quien es presentado en el film como un padre irresponsable, que llega tarde constantemente a la escuela de sus hijos, y con una gran pasión por la música que la plasma en la disquería donde trabaja. Sin embargo, lo que más disfruta son los momentos que comparte con sus tres hijos, a quienes aprovecha para filmarlos, registrando cada momento. La felicidad comienza poco a poco a borronearse cuando Cecilia le informa que debe irse a vivir a Paraguay por una oportunidad laboral de su actual pareja y debe llevarse a sus niños con ella.
En este film, Ana García Blaya decide compartir su vida personal en un relato de ficción. Las cintas filmadas por su padre irrumpen en varios momentos del largometraje. Sus recuerdos se mezclan con el aquí y ahora de la familia ficcional. Las películas se diferencian de la misma porque notamos que las imágenes fueron tomadas con otro dispositivo, una cámara casera que enfoca con primeros planos las caras de los niños, que registra encuentros musicales, actos escolares y salidas conjuntas.
Los actores, especialmente Javier Drolas y los niños que interpretan a los pequeños hijos (Amanda y Carmela Minujín y Ezequiel Fontenla), logran una química magnífica gracias a la cual transmiten al público el gran cariño que se ha construido entre ellos. Además, es destacable sus buenas actuaciones, como también las de Jazmín Stuart, Juan Minujín y Sebastián Arzeno, el cual interpreta al mejor amigo del protagonista y desarrolla junto a él los momentos más cómicos de la cinta.
En resumen, “Las buenas intenciones” genera un sentimiento nostálgico, donde la directora realiza un gran homenaje a su padre que ya no está. El rescate del material de archivo es un gran recurso que logra transmitir este sentimiento, además del bello universo ficcional que ha creado a partir de estos registros. Una historia que emociona, pero donde también irrumpen varios momentos cómicos.