La ópera prima de Ana García Blaya, "Las buenas intenciones", de reciente paso por el Festival de Mar del Plata, narra una cálida historia familiar autobiográfica, con el sello de unos años ’90 muy identificables como as bajo la manga. Sí, los ’80 van quedando atrás. Durante años cuando el cine quería recurrir a las referencias pop, y a hacer guiños a la infancia del espectador, los ’80 quedaban a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, el público, y los realizadores, crecen y se renuevan las generaciones. Desde el año pasado con "Capitana Marvel" y "Mids 90’s" los ’90 parecen haber ocupado la cancha de la nostalgia, hasta se habla de que la serie evocativa de los ’80 "Strangers Things", pegaría un salto temporal hasta la siguiente década.
Argentina no podía ser menos, y ya tiene su homenaje a esa década en la que el uno a uno y las casas de Todo x $2 eran moneda corriente, y se llama "Las buenas intenciones". Al igual que Arnaldo André en el estreno de la semana pasada Lectura según Justino, Ana García Blaya eligió para su ópera prima hablar de su propia infancia. Afortunadamente, a ella le salió mucho mejor.
Los créditos iniciales se abren con "Si yo soy así", casi un himno de los ’90 entonado por los punks barriales de Flema. Desde entonces, se nos da una llave para abrir la puerta a esa época que mezcla decadencia, con descreimiento, y la falsa creencia de pertenecer al mundo. Ana García Blaya nos habla de ella y la relación con su padre Javier García Blaya integrante de la banda Sorry (cuyas canciones también forman parte de la banda sonora), ya fallecido.
Todo en base a la construcción de alter egos. Gustavo (Javier Drolas) es un padre de tres hijos en la puerta de los 40, y sin ninguna intención de asumir responsabilidades o sentar cabeza. Separado de Cecilia (Jazmín Stuart), la madre de sus hijos, Gustavo quiere a los chicos, pero difícilmente asume el rol paternal. Cecilia es consciente de eso, y prepara a sus hijos frente a posibles decepciones.
Gustavo maneja una disquería junto a su amigo Néstor (Sebastián Arzeno), más responsable que él. Lo único que le preocupa es mantener su independencia y no dejara que el tiempo le pase por encima, es un espíritu adolescente. Sin mucho dinero, rascando para llegar a subsistir, las cosas se le complican cuando Cecilia llega con la noticia de que a su actual pareja le salió un trabajo importante en Asunción, Paraguay, y se va a mudar allá con los chicos.
Cuando Gustavo se estaba haciendo a regañadientes a la idea de que su ex se lleva a los chicos, su hija mayor, Amanda (Amanda Minujín), aún una niña, le comunica su deseo de quedarse en Argentina viviendo con él. De un momento al otro, a gustavo se le trastoca ese mundo de armonía del caos en el que vivía.
Debe salir a buscar una viviendo más grande, y una cierta estabilidad que le permita mantener a su hija; o no, también puede dejar que las cosas sucedan. Las buenas intenciones claramente es la visión cariñosa de una hija hacia su padre. Gustavo es un personaje problemático, pero no es juzgado despectivamente por la película.
La realizadora se la rebusca para que siempre nos caiga simpático, y tengamos en claro, que amor y cariño hacia sus hijos es lo que le sobra. Aún cuando Amanda deba cumplir el rol de madre de su propio padre. Con un tono muy amable y ameno, Las buenas intenciones transita el camino de la comedia dramática con mucha soltura, y se palpa el verosímil en cada fotograma.
Su ambientación de época está plagada de detalles, desde los más notorios, hasta lo mínimo. Tanto, que a veces bordea lo sobrecargado de memorabilia; el típico de encuadrar a sus personajes como muy propios de la época a la que pertenecen, rodeados de objetos, vestimentas, y modismos típicos y referencias inmediatas.
Más allá de este quisquilloso detalle de acumulación de referencias, lo cierto es que, tratándose de una producción chica e independiente, el trabajo de recreación de época y dirección de arte es asombroso. Ana García Blaya juega a mezclar algunos inserts de filmaciones reales de su familia, de su infancia, con filmaciones caseras de los personajes de ficción, y el ensamble es tan perfecto e imperceptible que no queda más que aplaudirla y felicitarla.
Javier Drolas compone un personaje querible, un perdedor que se cree ganador, un tipo que a su modo la pelea, y resiste en un país que se viene a pique, aunque todavía le faltaban épocas bastante peores. Un gran actor que finalmente consigue un protagónico justo. La participación de Jazmín Stuart es más acotada, pero cumple, como lo hace usualmente.
En el rol secundario, Sebastián Arzénico se destaca como otro gran intérprete, el bastón y tapa bache de su amigo. Amanda Minujín es todo un hallazgo, actúa con sus gestos, su mirada, logra el comportamiento adulto de una niña. No es fácil lo que tenía que hacer, y lo cumple. Puede tener un gran futuro.
Los otros dos niños, Ezequiel Fontenla y Carmela Minujín (sí, son las hijas de Juan que compone un pequeñísimo papel como la pareja de Cecilia), también actúan con mucha soltura. La conexión que Gustavo/Drolas logra con los niños, es todo una gran labor de la dirección actoral.
Destacada en rubros de fotografía, montaje, y obviamente banda sonora, Las buenas intenciones es técnicamente un film impecable. Una historia sencilla, muy identificable para muchos de nosotros que vivimos en aquellas familias divididas, o que vimos a nuestros padres atravesar la crisis económica peleándola como sea.
"Las buenas intenciones" suma cameos punk rockers, recuerdos y buena nostalgia; porque es cierto, la infancia, para cada uno de nosotros, es ese lugar que siempre idealizamos.