La sección Competencia Argentina del Festival de Cine de Mar del Platase ve impregnada de una tierna nostalgia con la presentación de Las Buenas Intenciones, la opera prima de Ana García Blayaambientada en los años ´90. Luego de su paso por el Festival de Toronto, el film que cuenta con las interpretaciones de Jazmín Stuart, Javier Drolas, Juan Minujín y el destacado debut actoral de su hija, Amanda Minujín, compagina la narración convencional con la simulación de películas caseras para entregar al público un emotivo y honesto relato sobre la infancia, la familia y la madurez.
A principios de la década de 1990en Buenos Aires, una niña de 9 años llamada Amanda (Minujín) debe asumir la responsabilidad de cuidar a sus dos hermanos menores, Manu (Ezequiel Fontenla) y Lala (Carmela Minujín), cada vez que les toca ir de visita a la casa de su padre Gustavo (Drolas), un eterno adolescente irresponsable y holgazán que se gana la vida trabajando en la disquería de su amigo Néstor (Sebastián Arzeno). Cuando la madre de los niños, Ceci (Stuart), decide mudarse junto a su marido (Juan Minujín) a Paraguay con el fin de mejorar la calidad de vida de su familia, Amanda debe decidir entre quedarse con su papá en aquel divertido, aunque impredecible y desorganizado microcosmos, o continuar su camino junto a sus hermanos.
Desde el momento en que aparecen los créditos mientras suena el clásico himno punk argentino Si Yo Soy Así de Flema, sabemos que no se trata de una comedia familiar como cualquier otra. Estamos ante una perfecta definición de película underground, mucho más por su espíritu que por su realización. Está claro que Las Buenas Intencionesposee mucho de película autobiográfica. De hecho, resulta fácil imaginar a la debutante García Blaya- quien dedica este film a su padre músico fallecido rindiéndole también un homenaje a su antigua banda Sorry- en la piel de la joven Amanda. La misma directora ha hablado de este primer largo como un proceso de sanación personal y se nota el trabajo delicado que ha hecho tanto en el montaje como en la construcción de estos personajes, sumamente queribles y humanos.
El particular vínculo entre Gustavo y sus hijos, sobre todo con Amanda, representa sin duda una de las cosas más atractivas del film. Como sacado de una comedia de Judd Apatow, este aficionado por el rock que siempre llega tarde a todos lados y se la pasa zapando y fumando porro con sus también adolescentes amigos, resulta por demás ocurrente. La música, elemento primordial de esta propuesta, lleva a otro nivel la conexión con sus hijos. Los niños no solo perdonan sus defectos como padre, sino que de alguna manera aprenden a amarlos y reírse de ellos. La manera en que Amanda lo cuida y ayuda, haciendo las veces de madre de este hombre inmaduro, es sencillamente enternecedora.
Y si hay algo que no podemos dejar de recalcar es el debut de la pequeña y gran Amanda Minujín, quien se carga al hombro el mayor peso dramático de la historia. La frescura y sensibilidad con que compone este primer personaje nos hace pensar en el brillante futuro que le augura dentro de la pantalla.
Las Buenas Intenciones es un film amable, sincero y una hermosa representación de la cultura pop de los ‘90 y la idiosincrasia argentina que no necesita recurrir a múltiples efectos de nostalgia para robarse la sonrisa del espectador. Quienes hayan vivido su infancia o adolescencia por aquellos tiempos de VHS y cassetera, saldrán de la sala con la sensación de haber visto reflejada un poco de su propia historia.