Esta ópera prima de Ana García Blaya es de esas películas que quedan en la memoria. Una historia autobiográfica, en torno de la figura padre de la realizadora, Javier García Blaya, y los recuerdos familiares. Sobre la relación de tres hermanos, a principios de los noventa, con un padre tan afectuoso como inmaduro, y cómo se pone en jaque cuando la madre decide llevárselos a vivir a Paraguay junto a su nueva pareja. Blaya mezcla las imágenes de la ficción con las de sus propios archivos personales, como si fueran recuerdos grabados de los protagonistas, y arma así un mosaico, un eje para un relato que discurre luminoso, fluido y sin duda melancólico. Las buenas intenciones es siempre divertida, sin embargo, con su estupendo elenco llevando adelante una serie de viñetas en las que parecen comprometidos. Una película sobre los vínculos, pero también sobre lo que significa, para distintas generaciones, crecer y hacerse grande.