García Blaya reconstruye aquí la intimidad familiar. En la mirada de Amanda y en la inteligencia afectiva que expresa en palabras y gestos, la más grande de los tres hijos, ya en su preadolescencia, el film encuentra el hilo conductor. Todo se organiza en su percepción, tan piadosa como angustiante, porque es ella la que mejor entiende que, si se van con su mamá a vivir a Paraguay, verán muy poco a su padre. En torno a esa decisión, el film prodiga su suspenso; a partir del entendimiento de la niña, su punto de vista. (Y en esto el trabajo de Amanda Minujín es precozmente consagratorio).