Vivimos en una época de exitismo, y esa es una actitud marcada categóricamente por los resultados. Sin embargo, estos los llevan a cabo personas: si bien un juicio de valor es menester en muchos aspectos de la vida, nunca se debe perder de vista el factor humano previo al error que nos hace indefectiblemente tales. Es tratar de ver cuánta pureza hubo en sus intenciones. Cuánta nobleza, altruismo o desinterés. Esa es la búsqueda de Las Buenas Intenciones.
Quisiera ser chico
Las Buenas Intenciones es una historia no solo sobre la responsabilidad, sino también sobre saber que hay un momento para ella, y este no puede ser precoz.
En el film, por mucho que el padre quiera que su hija no vaya a Paraguay, por mucho que reconozca (e incluso admire) la madurez de ella y los esfuerzos que está haciendo para mantener ese contacto, él debe reconocer que el precio que está pagando es la perdida de la niñez de su hija.
El debate dentro de la psiquis del padre es constante, por un lado no quiere separarse de ella, pero por otro tiene la oportunidad de probar que no es egoísta y efectuar una verdadera acción paterna mas allá de la mínima indispensable. Es la lenta pero segura confrontación del hecho que durante todo este tiempo el niño fue él y la adulta es ella.
Si bien hay constante metraje en VHS propio de una cinta casera, podríamos decir que los colores y las elecciones de encuadre de Las Buenas Intenciones también evocan a una película casera. Un formalismo elegante pero que en todo momento tiene por corazón a aquella sencillez de cuando tomamos una cámara por primera vez y ni idea teníamos de que se podían contar historias con ella.
La niña de entonces y la mujer de ahora sostienen un dialogo de mucho amor a través de la fotografía, el diseño de producción y el vestuario.
Javier Drolas entrega un efectivo protagónico como el padre protagonista. Jazmín Stuart y Juan Minujin aportan lo necesario emocionalmente para que la trama arranque con potencia. Sin embargo, los más grandes elogios deben ir para Amanda Minujin, que no solo comunica la abrumadora responsabilidad que lleva su personaje siendo una niña, sino también la completa naturalidad y aceptación de alguien que lo viene haciendo desde hace largo tiempo.