Cantando por un sueño
Como un cruce generacional, pero también posando la mirada en la tercera edad, Las chicas de la banda demuestra qué tan joven se puede ser a cierta edad y qué tan viejo a una numéricamente inferior.
De una cinematografía de la que no nos llega demasiado como la nelga, Claire (Marilou Mermans) acaba de enviudar, y antes que quedarse sentada mirando la tele o llorando por los rincones de su casa, decide recuperar la ambición asordinada y el afecto de los que la quieren, apelando a reunir a dos viejas amigas con las que supo tener una banda. Ya no cantarán a Jacques Brel, porque es su hijo, que (sobre)vive como puede siendo músico, el que quiere que las chicas se presenten a un concurso, cantando adaptaciones que él ha creado.
Pero como se trata de una comedia dramática, Geoffrey Entoven le(s) hará pasar momentos no tan lúdicos y sí más conflictivos y angustiantes, a todos. Los años no llegan solos, y así como se puede redescubiri el amor a los setenta, también es factible que alguna enfermedad degenerativa se cruce en el camino.
Sin apelar a golpes bajos, aunque hacendo nítidas diferencias en los personajes de los hijos de la protagonista (el mayor, que le cuida las cuentas bancarias; el menor, más bohemio y apegado), Las chicas de la banda funciona cuando aprieta los botones justos y prescinde de los momentos remanidos. Cuando deja que los personajes hagan lo que se les da la gana y no se pone a juzgar ni condenar a nadie, ahí sí logra meterse al espectador en el bolsillo.