Las “cinéphilas” del título son seis: dos argentinas, dos uruguayas, dos españolas. En Buenos Aires y en Mar del Plata (una de ellas viaja a participar del festival de esa ciudad), en Montevideo o en Madrid estas sexagenarias, septuagenarias y hasta octogenarias concurren casi todos los días -incluso con bastón o con andador- a las funciones vespertinas de cinematecas y salas de arte y ensayo.
Alvarez sigue de cerca (y hasta se involucra directamente con ellas) a estas seis viejitas, que por momentos resultan queribles; en otros, irritantes; en ciertos pasajes son hilarantes; en otros, bastante patéticas. La directora apuesta a la espontaneidad, a la naturalidad y no le molesta cierta desprolijidad en el registro (la cámara se ve en sombras y espejos, por ejemplo) porque lo que quiere transmitir es la esencia de estas damas cinéfilas.
El film no es tanto sobre la cinefilia de la tercera y cuarta edad (aunque las jubiladas hablan de sus títulos e intérpretes favoritos) sino más bien sobre la soledad y el paso del tiempo. En ese sentido, aunque la película funciona como crowd-pleaser (hubo aplausos hasta en la función de prensa del BAFICI que fue su primera exhibición pública), en realidad es un relato melancólico y por momentos incluso bastante triste: lidiar con la vejez, la degradación, la ausencia y la inminencia de la muerte no es tarea fácil y ellas lo hacen como pueden: a veces con humor negro y en otras con torpeza.
Más allá de que el interés por las distintas historias es dispar (algo inevitable en una apuesta coral como esta), la narración se resiente por momentos por una musicalización que tapa los silencios y acentúa el tono crepuscular y nostálgico de la propuesta. Una decisión que, de todas maneras, no invalida ni minimiza los hallazgos que Las cinéphilas evidentemente tiene.