Cada relación de pareja es individual, incomparable con otra. Pero en la que mantienen Grace (Annette Bening) y Edward (Bill Nighy) habría que hacer especial énfasis precisamente en ese verbo. Mantener.
Están por celebrar su aniversario número 29 de un matrimonio que se encuentra en una encrucijada. Para uno de los miembros -el que calla, el que no responde, el que traga- es como un callejón sin salida. O no: él ve una salida, y es la de terminar la relación. Pero no lo dice.
Y ella, que le marca cada error, que quiere que su marido se involucre más en la relación y no solamente se hagan tés humeantes, reacciona de una manera intempestiva cuando se entera de que Edward va a dejar el hogar frente al mar... por otra mujer.
La disolución de un matrimonio no es un tema nuevo, ni para la literatura, el teatro o el cine, pero hay que ver la manera en la que el realizador William Nicholson la aborda (el guion es original, no adapta nada, y es también de su autoría... justo cuando cumplía 30 años de casado). Y es clave en su puesta el personaje de Edward.
Al llamar al actor de Realmente amor, La librería y El exótico Hotel Marigold optó por una interpretación que deja al espectador atónito, pero en el mejor sentido. Uno desde la platea nunca sabe cómo va a reaccionar Edward. Es imprevisible. Balbuceante o no, retraído, es un tipo capaz de apostar a un próximo -y tal vez, último- aliento de amor en su vida.
La melancolía se apodera de Grace, a quien Bening compone con o sin mohínes. Aún ante la adversidad -el saber que el amor de su vida no volverá a su casa- no modifica su estampa, su estirpe. Sabemos que la peleará hasta el final, o hasta cuando pueda.
Sin pirotecnia actoral
Por fortuna, el director inglés William Nicholson (dos veces candidato al Oscar a mejor guion, uno de ellos por el de Gladiador) no les permite que estallen en esa pirotecnia actoral que muchas veces hace primar el lucimiento interpretativo antes que el valor de las situaciones y los textos.
Con la irrupción de Jamie (Josh O'Connor, que fue el príncipe Carlos en la serie de Netflix The Crown) nada se modifica, pero se agrega una arista: cómo los hijos a veces no son capaces de ver cómo es y cómo fue la relación de sus padres.
En el guion de Las cosas que no te conté por supuesto no hay buenos ni malos, ni siquiera un culpable sobre otro de que la relación se resquebraje. Tal vez alguien puso más énfasis que el otro. O quizás uno se la pasó idealizando a la persona con la que convivía y no se dio cuenta.
Un párrafo aparte bien merece la elección de las locaciones, con esos acantilados en Sussex, las rocas y la playa, y ese pueblito que sería casi de ensueño y encanto de no ser porque la historia no es la de un amor en el que se pueda aspirar el aire e inflar los pulmones de romance.