Grace (Annette Bening) ama la poesía. No solo la recita para su interior en el recorrido por los acantilados de Seaford, sino que la empuña como un arma de seducción de los desahuciados, una estrategia contra el tedio de la jubilación, un paso hacia adelante en la retirada de cualquier batalla. Porque si ese amor inspira una meditada antología, que prepara con dedicación todos los días, también le sirve para agitar el alicaído matrimonio que comparte con Edward (Bill Nighy).
Edward es profesor de historia en el secundario y especialista en la retirada napoleónica de las tierras rusas, cubiertas por la nieve y los muertos de la derrota. Esa danza de silencios y provocaciones que comparte con Grace culmina con el pedido de separación el mismo día en que ella planea la cena del aniversario. He allí el retrato de su desconexión.
La historia escrita y dirigida por William Nicholson no es tanto la de una separación como la de un malentendido. Edward está convencido de haberse subido al tren equivocado el día en que conoció a Grace y de allí su concepción del matrimonio como la consecuencia de ese desvío. Para Grace, aferrarse a los 29 años compartidos no es tanto un acto de desesperación como de certeza: luchar por ese matrimonio es como librar una guerra que no se pierde en la retirada sino en la muerte. No en vano es una creyente: el amor y la fe no se piensan, se sienten. Pero entre Grace y Edward también está su hijo Jamie (Josh O’Connor), un joven ya adulto que vive en la ciudad y que visita a sus padres de vez en cuando, rehuyendo a sus conflictos y, sin saberlo, a los preámbulos de la separación.
Si bien el tema es perfecto para un drama de interiores con despliegues actorales, la apuesta de Nicholson no solo se apropia del entorno marítimo, con sus senderos escarpados y sus playas invernales, sino que consigue momentos dolorosos sin exabruptos ni estridencias. Es una película adulta sobre emociones adultas vista por un adulto que, pese a tener su vida y su trabajo en otro lado, se ve envuelto en el derrumbe de ese mundo que le dio la infancia. Por supuesto que el gran logro es de Josh O’Connor, un actor magnífico y la gran promesa de su generación. Algo que había demostrado en Tierra de dios (2017), que confirmó en su participación en la serie The Crown, y que puede sostener en la carrera que tiene por delante. Es su mirada en el vértice de la incertidumbre la que nos conduce, tratando de juntar los trozos de una familia que se escurre, de dar las respuestas que no tiene, de amar sin que nunca alcance.
Ante el dolor desbordante de bronca de Grace, del que solo su poesía acusa testimonio, y el silencio de la retirada de Edward, cuya nueva vida es tan prometedora como un falso paraíso, Las cosas que no te conté hace pie en quien intenta sobrevivir a los restos del naufragio, un hijo que recompone la memoria de su pasado como una foto evanescente que no sabe si es cierta o la inventó en algún juego infantil. Aún en el uso de las convenciones, Nicholson es honesto hasta el hueso, en la verdad de sus personajes, en la desnudez de sus imágenes.