Hacia la aventura y más allá
El irlandés Clive Staples Lewis fue un atildado profesor que fundó en la Universidad de Oxford el grupo de los Inklings, unos fanáticos de la fantasía y los relatos mitológicos. Allí, donde sus amigos le llamaban Jack, compartía historias con otros parroquianos, entre ellos un tal “Tollers”, a quien el mundo conoció como John Ronald Reuel Tolkien.
Mientras Tolkien ideó por completo un mundo desde su creación hasta sus lenguas (un “Orbis Tertius” borgeano, aunque supo hacer alguna que otra trampita), Lewis combinó sin empacho elementos de distintas tradiciones, desde criaturas de las mitologías griega y nórdica hasta fuertes componentes cristianos.
Su objetivo era perfilar un mundo vivo, que permitiese desplegar diferentes relatos épicos, con una particularidad: siempre tendría puertas abiertas con la Tierra del siglo XX, origen de sus protagonistas.
A la mar
La historia comienza con Edmund y Lucy Pevensie viviendo en Cambridge en la casa de sus tíos, junto a Eustace Clarence Scrubb, su detestable primo. Susan y Peter, los mayores, están junto a sus padres en Estados Unidos. Eustace detesta los relatos sobre Narnia, y una disputa en torno a un cuadro con un barco fantástico los terminará transportando a un océano de aquel mundo.
Allí son rescatados por la tripulación del Viajero del Alba, encabezada por el ahora rey Caspian X. La misión es rescatar a los siete lores de Telmar, que el temible lord Miraz (el villano del filme anterior y tío del actual monarca) había perseguido. En su travesía, descubrirán un Mal abstracto, encarnado en una neblina verdosa, que cobra un tributo en vidas humanas.
La forma de detener esa amenaza es reunir las siete espadas de los lores en la mesa de Aslan, navegando entre islas inexploradas. En el camino, el Mal tratará de tentar a los valientes jugando con sus temores y flaquezas, hasta llegar a un clímax donde los miedos más primarios pueden volverse realidad.
“La travesía del Viajero del Alba” recupera el espíritu más liviano y aventurero de “El león, la bruja y el ropero”, alejándose un poco de la oscuridad y madurez de “El príncipe Caspian”. Si esta era comparable a “El Señor de los Anillos: Las dos torres”, “La travesía del Viajero del Alba” está más cerca de los filmes de “Piratas del Caribe”.
Fuerza espiritual
Alejados de Narnia los hermanos mayores, tienen aquí su oportunidad de lucirse plenamente los dos menores, los que mostraron mayor riqueza conceptual en las dos anteriores. Lucy vuelve a ser aquí la determinación y la fe del grupo, aunque mostrará su lado flaco: la envidia de la belleza de Susan.
Y Edmund vuelve a mostrar su costado más oscuro: cierto rechazo a su situación de hijo segundo, que lo hiciera caer otrora en las garras de la Bruja Blanca, a la que sigue atado (al menos en los recovecos de su mente).
Seguramente, Apted se regocijó con que el director de las anteriores, Andrew Adamson, haya elegido a Georgie Henley y Skandar Keynes para representarlos: la primera, que comienza a alejarse de la niñez para convertirse en una bonita adolescente (lo que tiene que ver con la trama) da perfectamente la combinación de inocencia y determinación que requiere el personaje. Por su parte, Keynes (sobrino bisnieto del padre del Estado de Bienestar, lord John Maynard Keynes, y descendiente directo de Charles Darwin) expresa la lucha interna de un caballero siempre tentado por el Lado Oscuro.
Will Poulter se luce aquí como Eustace, encargado de dar el toque de comedia, especialmente en sus juegos con el ratón Reepicheep (con la voz de Simon Pegg); tendrá la oportunidad de mostrar más como protagonista de “La silla de plata”, la próxima entrega de la saga.
Liam Neeson tiene poca participación dándole voz a Aslan (el león que Lewis concibió como el Dios de ese mundo, que en los filmes habla como un conductor de programas de medianoche para solitarios). Ben Barnes construye un Caspian más maduro que en la película de ese nombre, como un rey luchando por dar la talla.
Viaje interior
Como se decía más arriba, el nuevo director tuvo la tarea de llevar a la pantalla una odisea de marinería, más que una épica fantástica. Como una road movie acuática, los personajes deberán evolucionar a medida que transcurre su viaje, venciendo miedos y culpas y pagando deudas pendientes.
La aceleración del relato es por momentos vertiginosa (es la más corta en minutos de las tres películas), pero la puesta permite que fluya sin saturar la cabeza del espectador. Desde el aspecto visual, toda la tecnología está dispuesta para que el elemento fantástico se una sin fisuras a la belleza de los paisajes naturales, filmados otra vez en Nueva Zelanda (el paraíso de las tierras mágicas, desde que Peter Jackson las impuso en “El Señor de los Anillos”). La música tiene aquí una fuerte presencia, a partir de algunos temas recurrentes que enfatizan el heroísmo de la trama.
Luego de dos historias donde el futuro de Narnia podía jugarse de la noche a la mañana, donde los héroes debían hacerse cargo de su destino especial, Lewis (y ahora sus adaptadores cinematográficos) se dieron el gusto de encarar una de esas viejas historias salgarianas donde sólo hace falta un barco y coraje para enfrentar los peligros, para viajar a lo desconocido... hacia la aventura y más allá.