Los límites de la fantasía
El ethos hollywoodense se encuentra dominado en pleno siglo XXI por una especie de oscurantismo pop, casi un oxímoron que intenta dar cuenta de ésta suerte de cambalache metafísico y medievalista que se encuentra en la mayoría de los productos dirigidos al público adolescente (que por cierto es el espectador promedio para la industria norteamericana). Magos, brujas y vampiros, centauros, dragones, minotauros y demás seres mitológicos, dominan nuestro imaginario cultural, se naturalizan y vuelven sentido común, como si el mundo viviera en una nueva edad oscura, donde no existe ninguna ligazón con la realidad. Y como siempre sucede con el cine, no se trata de mera fantasía, pues aquí se expresan de algún modo las coordenadas en que una sociedad se piensa y se construye a sí misma, la forma en que se justifica (o se condena).
Resulta por tanto significativo que 2011 comience con el estreno de Las Crónicas de Narnia: las travesías del Viajero del Alba, tercera entrega de la serie concebida por C. S. Lewis, un bodrio paradigmático que siempre ha pretendido reunir todo en un mismo producto: afán medievalista con película de aventuras, fantasía mágica al estilo Harry Potter con las tradiciones familiares de Disney. Y si bien la película firmada esta vez por Michael Apted (Gorilas en la niebla, Una mujer llamada Nell) tiene sus particularidades, que la desmarcan un tanto de sus predecesoras, estamos siempre ante la misma fórmula: una mezcla posmoderna de mitos, películas y fantasías varias, en un producto que pretende seducir tanto a grandes como a chicos. Pero vamos a los detalles, que para eso está la crítica. Esta nueva entrega financiada ya por la Fox (luego de que Disney desistiera de arriesgarse a un posible fracaso) tiene algunas diferencias con sus dos antecesoras; la principal se relaciona con el mundo que aborda. Abandonando la cosmovisión estrictamente medieval que emulaba groseramente a El Señor de los Anillos (aunque la obra de Tolkien siga siendo su principal referencia), Narnia 3 se arroja enteramente al género marítimo, intentando abarcar otras series cinematográficas, principalmente la de Piratas del Caribe. Hay también otro vuelo narrativo, pues si Apted aporta algo está precisamente en la construcción dramática de la película, que sin embargo algunas veces no logra superar el ridículo, marca registrada de la serie toda. Las travesías del viajero es, empero, una película más reposada, que tiene sólo una batalla importante, que intenta ir construyendo la tensión de a poco, de manera climática, y que gran parte de su metraje se sostiene gracias al humor, toda una novedad en el universo narniano. Lo curioso, empero, es que el resultado casi no se modifica, como si los cambios fueran nimios, o acaso como si el género ya estuviera agotadísimo. Los protagonistas esta vez son los más chicos de los hermanos Pevensie, Lucy (Georgie Henley) y Edmund (Georgie Henley), quienes en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial entrarán nuevamente al mundo fantástico de Narnia con su primo menor, el aristócrata Eustace (Will Poulter). Los tres aparecerán en pleno océano, al frente del Viajero del Alba, especie de navío de aires vikingos en donde viaja el príncipe Caspian (Ben Barnes), convertido ya en el supremo rey de Narnia, y el valiente ratoncito Reepicheep, que aquí cobra más protagonismo que en la segunda entrega. La razón del viaje no está clara, ya que Narnia goza de una era de paz, aunque pronto descubrirán que en los confines del mundo conocido está germinando nuevamente el mal, a partir de una niebla tenebrosa que mantiene sojuzgada a una población de humanos, y cuyo propósito parece ser el de destruir el mundo.
Episódica y convencional, la película tiene un planteo casi de videojuego, pues nuestros protagonistas deberán ir superando diferentes pruebas hasta reunir siete espadas mágicas, que servirán para destruir ése reino del mal, en donde se efectuará la monumental batalla final (contra un gran monstruo marino). Siguiendo la mitología cristiana (y al El Señor de los Anillos), dichas pruebas se centrarán en la figura de la tentación, que acosarán no sólo a Edmund y Caspian, sino también a la inocente Lucy, que ya ha crecido y está ingresando al mundo adulto. Los apuntes humorísticos correrán por cuenta de Eustace, el nuevo miembro de la pandilla, un niño mimado que no logra adaptarse a la rudeza de la vida en Narnia, y que por supuesto deberá realizar su propio proceso de superación. Filosóficamente maniquea y políticamente conservadora, el problema de Narnia 3 no se encuentra tanto en su estructura fragmentaria, que por momentos se vuelve contraproducente, ni en sus planteos solemnes y a veces ridículos, sino en la mera repetición de una fórmula ya muy visitada, a la que no logra salvar ni el pulido realizado por Apted (que a ciencia cierta se sacó el lastre del barroquismo medieval que dominaba a sus predecesoras), cuya mayor ocurrencia formal se limita a copiar ciertos planos y recursos de otros grandes tanques del género, y donde la fantasía una vez más brilla por su ausencia.
Por Martín Iparraguirre