La franquicia cinematográfica basada en el fenómeno literario popular creado por C.S. Lewis parece haber ido de mayor a menor... por lo menos en lo que a taquilla respecta. La primera película de la saga, El león, la bruja y el ropero, se alzó con una cifra que superaba los 745 millones de dólares de recaudación por sobre un presupuesto de 180 millones. A esta le siguió la ya no tan exitosa El príncipe Caspian, cuyo presupuesto se incrementó a 225 millones quizás con la esperanza de recaudar tanto o más que su predecesora, pero la realidad fue que tan solo logró un moderado éxito doblando la cifra original de lo que costó.
Para esta tercera entrega los productores tuvieron la cautela de reducir el presupuesto temiendo un rotundo fracaso económico. Y a juzgar por los resultados hasta el día de la fecha, La travesía del viajero del alba parece correr la misma suerte que su predecesora.
Quizás una pregunta lógica sería ¿cómo es posible que con el avance tecnológico y la exigencia de la historia original de inundar la pantalla de efectos especiales los productores se hayan arreglado para reducir tanto el presupuesto en comparación con Caspian? La respuesta es sencilla: la prestigiosa compañía Weta Digital (creada por Peter Jackson y responsable de la creación de efectos visuales de las anteriores dos entregas de la franquicia) ya no fue contratada para esta nueva adaptación del libro de Lewis. Y a decir verdad, se nota. Basta con ver la animación del dragón en el trailer para advertir que los efectos en CGI no son de lo mejor que ha dado Hollywood en las últimas producciones.
Esta vez los protagonistas de las anteriores entregas se reducen a la mitad puesto que los hermanos mayores son considerados ya demasiado grandes y maduros (por no decir huevones) para verse inmersos en el vasto mundo Narniano.
La historia no varía demasiado de lo que ya conocemos y mucho menos su tono. Quizás lo más alarmante esta vez sea el hecho de que el subtexto religioso (presente tanto en los libros como en las películas) pase a un primer plano y explicite muy alevosamente sus alegorías bíblicas. Pero poco se le puede reprochar al director Michael Apted (responsable de la serie de TV Roma y de la Bond El mañana nunca muere) quien en esta ocasión debió lidiar con un guión básico y un presupuesto no demasiado acorde a la propuesta fílmica que el proyecto suponía.