Narnianos en la niebla
Con una ligera expectativa luego de lo que había sido El príncipe Caspian -que era una película muy plástica, con buena acción y un sentido acertado de lo que un film de aventuras de estos tiempos debe ser, además de un avance con respecto a la pésima primera entrega- La travesía del viajero del alba, tercera parte de la saga de Las crónicas de Narnia, ofrece resultados que no deberían ser llamados decepcionantes (después de todo uno no espera demasiado de este tipo de películas) pero sí que no permiten la progresión que toda saga debería tener. Aburrida por momentos, escasamente interesante en otros, sí ofrece como saldo favorable el rigor narrativo que un tipo con los años de Michael Apted en este trabajo puede dar.
Es decir: La travesía del viajero del alba carece de momentos que den vergüenza ajena -como había en la primera- o de serios desbalances narrativos -como la segunda, más allá que terminaba redondeando un buen espectáculo-. En su desarrollo, es un film seguro, que avanza con su ritmo propio sin que nadie la apure y sin sentirse presionada por adquirir una velocidad que no le corresponde. Es, sí, la película más seria de la saga y, creo, esa es la palabra clave para comprender esta película: la seriedad, que a veces significa seguridad en la narración y, en otros muchos, demasiados momentos, es seriedad que se reviste de solemnidad. Y ahí, trastabilla.
La travesía del viajero del alba demuestra una de las virtudes de la obra de C.S. Lewis: los protagonistas aquí son la pequeña Lucy y Edmund. Susan y Peter sólo aparecen en el prólogo. Esa voracidad para descartar personajes cuando ya no importan para el relato es un acierto de la aventura y de la concisión literaria: Lewis entiende que aquellos hermanos Pevensie ya aprendieron su lección y dedica estas páginas a los más pequeños, sumidos en alguna especie de rencor por lo que significan los mayores: él por el coraje, ella por la belleza. Tanto Lucy como Edmund añoran eso que sus hermanos más grandes tienen y aquí, la tentación y la mala vibra, volverán a convertirse en los villanos principales, más allá de esas criaturas horrendas que aparecen por todos lados. Y en el camino, suma al primo Eustace, un personaje muy interesante, un descreído de la fantasía que será un protagonista de enormes dimensiones, literalmente.
A diferencia de las dos anteriores, esta entrega deja de lado las batallas masivas a campo abierto para construirse como un relato de travesías marítimas. Junto al príncipe Caspian y su tripulación, los dos hermanos Pevensie y el primo Eustace se embarcan en una aventura hacia tierras de maldad y oscuridad, con el fin de liberar a una serie de narnianos secuestrados por una sospechosa niebla verdosa. El film apunta entonces a lo climático, a las jugadas que esa niebla ejerce sobre la mente de los viajeros en el mar abierto: el mal acecha detrás de los malos deseos, de las envidias, que se cumplen y autodestruyen. Tal vez por ese lado se entienda la elección de un director como Apted, en vez de alguien más presto para rodar escenas de acción.
Y precisamente la figura de Michael Apted tras las cámaras es uno de los puntos flojos del film. Si bien, como decíamos, aporta seguridad al relato, centrando la atención en el cuento, por otra parte carece de los recursos necesarios para construir un buen relato de aventuras. Aunque haya filmado una de Bond (por lo demás, de las más flojas: El mundo no basta), Apted fue siempre un director de dramas y nunca uno de acción o gran espectáculo. Incluso, de dramas lustrosos, un poco pretenciosos y necesitados de premios: Gorilas en la niebla, Nell. Entonces más cómodo en los diálogos que en las escenas de acción, Apted se encuentra aquí con un problema que no puede resolver: los personajes del cine de aventuras se definen a sí mismos por medio de la acción y casi nunca por las palabras. Lo que tienen para decir los protagonistas de Las crónicas de Narnia es poco interesante o, a esta altura, ya lo han dicho: sí, ya sabemos, la autosuperación, el dejar atrás las envidias, el ser uno mismo. Y así. Comentarios que, incluso, llegan a niveles insoportables cuando hace la aparición el león Aslan, un pesado de dimensiones épicas que viene a sermonear y bajar línea, algo que C.S. Lewis nunca pudo ni quiso ocultar en sus historias de Narnia.
Entonces en La travesía del viajero del alba uno añora la acción, la aventura, ese pasaje de aprendizaje que se da a espadazo limpio. Pero nunca llega o, si lo hace, es en cuentagotas. Uno agradece la fragilidad de los hermanos Pevensie, que los hace parecer mucho más humanos que ese zopenco de Harry Potter, también cierta atmósfera de relato episódico y evasivo: no es casualidad que mientras los chicos están en Narnia, el otro mundo que les toca habitar, el real, esté sumido en una guerra mundial. El problema de estas películas es que nunca terminan de ser demasiado libres, ni de presentar ninguna novedad. Absoluta rutina que achata la épica, que para aportar seriedad a la saga se elija a un director como Apted es toda una declaración de principios. Película intermedia, agazapada y que nunca estalla, La travesía del viajero del alba está, como los pobres narnianos secuestrados, en la nebulosa.