La experimentación como forma narrativa
Kimby, el personaje interpretado/recreado por Alma Catira Sánchez, es descripto sucintamente a lo largo de poco más de sesenta minutos: una mujer trans que sobrevive vendiendo mercadería en las inmediaciones de las estaciones ferroviarias de Retiro (o bien sobre las formaciones de la línea Belgrano), pero también una poeta y cantautora amateur. En la banda de sonido, sus canciones acompañan algunas de las imágenes y varias rimas interrumpen su flujo bajo la forma de intertítulos. Cuánto de realidad, de registro documental, y cuánto de ficción habita en el universo de Las decisiones formales –ópera prima de Melisa Aller que tuvo su paso por el Festival de Mar del Plata– es algo que nunca se transparenta, aunque puede suponerse un componente (en mayor o en menor medida) autobiográfico, incluso en las escenas más claramente “armadas” para la cámara.
Una placa sobre el final aclara que la película fue filmada utilizando el formato súper 8 y editada estrictamente en cámara (aunque es posible adivinar el uso de procesos de posproducción en algunos pasajes), utilizando veinte rollos en blanco y negro. La película misma evidencia el fin de un cartucho de material fílmico y el inicio de otro, como si fueran pausas en el flujo visual que no necesariamente se corresponden con el final o el comienzo de una escena. En ese sentido, y sumados a ello los saltos de montaje, aceleraciones, ralentis y otros recursos formales, Aller registra conscientemente su creación en la tradición del cine experimental. Pero Las decisiones formales (título que cita una de las canciones de Sánchez, pero refiere asimismo a las determinaciones tomadas por la realizadora) es además un film narrativo, en el sentido de que pretende contar una historia o partes de ella. Y es también, finalmente, un vehículo de concientización social, de “visibilización” (como suele decirse actualmente) de un colectivo todavía marginado, a pesar de los cambios legales recientes.
Aunque la belleza de las imágenes en Super8 es incontestable y algunos momentos del deambular de Kimby logran transmitir el pulso de una porción de Buenos Aires y cierta tristeza inherente a la ciudad y sus habitantes, la película se resiente en su ambición por dar en múltiples blancos al mismo tiempo. Varios diálogos entre la protagonista y su mejor amiga, más que promover una distancia en el sentido brechtiano de la palabra, llegan al espectador con el sabor de la impostación; las palabras más intencionadamente políticas, lastrados por cierta obviedad. Como si las decisiones formales no hubieran podido, finalmente, ganar la partida, sometidas a ciertas imposiciones narrativas y temáticas.