Las decisiones formales

Crítica de Ernesto Gerez - A Sala Llena

Transficción.

La directora Melisa Brito Aller se define como una artista visual; Las Decisiones Formales, su primer largo después de una gran cantidad de cortos e intervenciones audiovisuales, está más cerca de una poesía que de un cuento. No estamos frente a un documental; su película tampoco es estrictamente una ficción o cine narrativo, aunque hay una historia: los intentos de Kimby (Alma Catira Sánchez) por formar parte de la maquinaria de carne que vende su fuerza de trabajo; dinámica odiosa por cínica e injusta pero que a su vez nos hace formar parte, pertenecer a un determinado sector (hoy en día sumamente alienado, por desgracia) que a pesar de lo horroroso de su funcionamiento y su resultado dentro de las reglas del capitalismo salvaje actual, nos aleja de las decisiones forzadas por la extorsión del hambre.

Kimby trata de insertarse en el mercado de esclavitud humana porque no nos queda otra: en el auge egoísta liberal de la felicidad individual del “hacé lo que te gusta”, no se piensa en los que a veces no pueden hacer lo que les place; la falacia del liberalismo termina cuando te tiene que llevar en taxi a cumplir tus sueños mongos un chofer con sus sueños destrozados. Aller nos muestra desde la poética visual los problemas de una trans cuando intenta acceder a nuestro atrasadísimo mercado laboral todavía heteronormativo, dominado por la moralina y los valores reaccionarios. Nos muestra cómo a pesar de los avances logrados durante los últimos años del kirchnerismo en materia de identidad de género, la inclusión sigue resultando una tarea difícil. Una Ley justa e importantísima como la 26.743 no es suficiente para anular estigmas y generar la inserción de determinados grupos vulnerables.

Lo mejor de Las Decisiones Formales es cuando habla desde las imágenes y desde la música. Tal vez los diálogos con resaltador flúo sean el único ruido en esta poesía. La molestia no se genera por la no utilización del canon de la actuación pequeño burguesa, sino por la obviedad de las palabras en juego. De todos modos, el texto explícito no es lo importante en la obra de Aller. La directora elige como escenarios la vida, la mugre y la potencia de las terminales. Como en su corto Constitución, en el que nos regalaba la sensibilidad de su mirada sobre parte de ese barrio, acá repite locación y suma la terminal de Retiro; siempre filmando con la inoxidable belleza del Súper 8, con largas tomas únicas, con lúdicas imágenes aceleradas, canciones particulares y algunos planos cubiertos de cierta carga onírica. Una película dividida entre las antireglas del videoarte, la denuncia poética y una argentinidad que -sin esfuerzo aparente- asoma intensa.