Esta tercera entrega del Opus, en el sentido menos coloquial del término, del director italiano Giovanni Veronese, cuyo titulo original es “Manuale d’amore 3”. De esa trilogía se había estrenado la primera, producida en 2005, mientras que la segunda, que data de 2007, pasó de largo sin arribar a estas playas. Ahora retorna con la tercera que entre nosotros conocemos como “Las edades del amor”, precedida por su buena “acogida” en el viejo continente, según comentan, en este caso sin nada que lo justifique.
Este manual de amor se despliega en tres historias, cada una a más vulgar, común, chabacana, previsible, elemental, que la anterior, en el orden en que están articuladas.
Todas las historias se interrelacionan por un único personaje, que jugaría hasta de narrador testigo de las mismas, un taxista de nombre Cupido, sí, leyó bien, así de obvia es toda la producción, interpretado por Vittorio Emanuele Propzio, a quien viéramos en “Mi hermano es hijo único” (2007)
Lo que además tienen en común es una mirada crudamente misógina sobre los personajes, femeninos, claro, lo que definiría los textos no como historias de amor en sus distintas etapas de enamoramiento sino de sexo, que no estaría mal pensando en Alfonso Sade, pero cuyo resultado dista mucho del gran escritor francés.
La primera historia se centra en Roberto (Ricardo Scarmaccio), un joven abogado a punto de casarse, que debe viajar por trabajo a un pueblito en La Toscana para corroborar si realmente vive allí Micol (Laura Chiatti), una rubia infartante que le hará perder la “cabeza” ¿Le resulta conocido? Este episodio podría encuadrarse dentro de lo que se suele llamar “cine turístico”. Las imágenes son realmente bellas, no por las imágenes mismas sino por el paisaje que reflejan, hasta mueve a deseo a los hombres
La segunda es protagonizada por un periodista de TV que en su primer acto de infidelidad se enreda con una mujer que se presenta como psicóloga, pero que en realidad es una paciente psiquiatrita, “affaire” que termina costándole perder la vida familiar que había construido. Pura originalidad, mire usted. Asimismo no estaría tan mal si su construcción y los gags que la constituyen no fuesen tan paupérrimos como previsibles.
Para cerrar las historias nos presenta aquella que promociona la producción, sobre todo desde el engaño que promueve el afiche de la película. Adrian (Robert de Niro) es un ex profesor de arte yankee que se retiro a Italia, a vivir allí donde supone que es la cuna del arte que venera. La hija de su mejor amigo, Viola, es nada menos que Monica Bellucci, quien guarda un secreto que una vez descubierto será defenestrada, ahora si en sentido coloquial, por Augusto, (Michele Placido), su padre. Automáticamente será rescatada por el viejo verde de Adrián, perdón, por el galán septuagenario de turno. Esto hará, al igual que en las otras dos historias, que se desplieguen escenas en paso de comedia de “Problemas de alcoba” (1959). Otra vez pido perdón.
Si la primera de las narraciones tiene en su función turística algo rescatable, en la segunda y la tercera sólo queda en función de las actuaciones.
Tampoco desde los parámetros formales del análisis de un filme hay algo que lo destaque. Todo está en el orden de lo establecido, por no redundar, la fotografía permite ver, que menos, la música sólo acompaña a las imágenes, así de empática y por momentos melosa e insoportable. Ni vale la pena ponerse a dilucidar cuestiones de la dirección de arte en particular, menos el vestuario ya que parecería que los actores trabajaron con su propia vestimenta. Dinero no falto en esta producción, pero…
Nadie pide que un filme que narre sobre las distinta formas de amor se constituya en una versión audiovisual de “El arte de amar” de Erich Fromm, pero pretender manipular al espectador con recursos tan infantiles, prosaicos, elementales, ya ni siquiera convencionales, es tomarlo por idiota.
Eso, gracias a no se quien, todavía no funciona demasiado bien.