Si nos dejamos llevar por el póster de Las Edades del Amor entonces podemos imaginar que estamos frente a una historia romántica protagonizada por la pareja tan inverosímil como extravagante que componen un grande como Robert De Niro y la despampanante Monica Bellucci. Dicho afiche no es más que una trampa, ya que el film es la tercera entrega de la trilogía romántica Manuale d'amore pergreñada por el italiano Giovanni Veronesi y la historia de De Niro y Bellucci es un mosaico más en la narrativa tripartita que ofrece este film, en donde el romance bordea la mera caricatura y poco y nada ofrece en materia de sorpresas.
Las tres historias, enlazadas por un Cupido taxista devenido en narrador –y por pequeños cameos de los personajes en los demás relatos–, apenas ofrecen sorpresas a nivel argumental, ya que en casi todo momento el espectador mínimamente avispado va un paso delante de lo que va a suceder. Así, el miedo al compromiso del primer protagonista no ofrece dudas sobre a dónde le conducirá finalmente, dando pie a una historia cursi e insípida. Tampoco resulta fresca la segunda parte aunque, pese a todo, Carlo Verdone estiliza su papel de presentador televisivo en pleno modo relax y resulta medianamente estimulante. El tercer capítulo es el que asume un punto más dramático, abandonando la comedia y otorgando sus roles principales a unos De Niro y Bellucci extraños pero atractivos, aunque la historia tampoco sea especialmente recordable y la diferencia de edad entre ambos actores pese. Claramente él disfrutó de filmar la película y su talento fue puesto en modo automático, con el sólo objetivo de disfrutar del sol de Italia y el suntuoso cheque correspondiente.
Hay determinados momentos en que las distintas tramas ganan algo de envión –ya sea por algún acierto en el guión o por la fuerza de sus intérpretes–, pero en líneas generales los clichés amorosos menos trabajados terminan por imponerse en Las Edades del Amor y resultan pesados, empalagando a quienes no vayan predispuestos a empatizar con ese tipo de sentimentalismo. A fuerza de ir sumando minutos inertes, la cinta se acaba haciendo larga y alcanza dos horas de metraje excesivamente innecesario. No aporta nada al género y sólo satisfará a los seguidores menos exigentes de esta clase de producciones.