Los diez mandamientos
Si Ned Flanders y el reverendo Alegría filmasen una película juntos, realizarían un producto muy similar a Las edades del amor. La película número trece del director italiano Giovanni Veronesi es la tercera entrega de su trilogía Manuale d´amore: relatos corales dónde la gente se enamora, se desenamora y se vuelve a enamorar. Las edades del amor -o Manuale d´amore- cumple el mismo esquema narrativo y, haciendo honor al número tres, divide al relato en tres capítulos distintos: ¨Juventud¨, ¨Madurez¨ y ¨La tercera edad del amor¨. La conexión entre las tres historias es Cupido -no es una metáfora, ni tampoco es un chiste- , un taxista de carne y hueso que presenta cada capítulo lanzando flechas y explicando, didácticamente, qué es el amor. ¨El amor es un sentimiento que lo mueve todo. Se vuelve traidor y nos vuelve indefensos. Escapa al viento y vuela como un boomerang y te deja allí…con una sonrisa estúpida en medio del viento. Bueno, yo soy ese viento. Soy el vértigo. Soy ese boomerang que vuelve de repente. Soy Cupido, y mi trabajo es ser el taxista del amor¨, confiesa en el inicio del relato el Cupido sin alas, quién será, como un cura con Dios, el encargado de transmitir los pensamientos del director. El taxista del amor predica, baja linea. Nos dice ¨esto está bien¨ y ¨esto esta mal¨ y de la manera más prejuiciosa posible nos enseña la diferencia entre cómo piensan y sienten los hombres y las mujeres: ¨La mujer es valiente y peligrosa. El hombre es cobarde y débil, y siempre cae rendido en las garras femeninas¨. Pero lo más grave no es la colección de clichés, tampoco el aire grotesco. Lo más insoportable de la película es su pretensión moralista: los personajes masculinos son tentados por el deseo, teniendo que elegir a cuál de las dos cabezas le otorga el poder de decisión. Obviamente, el hombre sigue los impulsos de su entrepierna, ¨peca¨ y recibe su castigo. El joven que se tira una última cañita al aire antes de casarse, no puede convivir con su propia culpa y corre hacia el mar gritándole a Dios: ¨Llévame, llévame ahora. Llévame ahora pero si no lo haces, entonces volveré, me casaré y tendré un hijo¨. El hombre ¨maduro¨ que le es infiel a su señora, a la madre de su hija, es abandonado por su familia luego de confesarles que ha tenido sexo con otra mujer que, además, está loca y obsesionada con él. Pero como si eso no fuera suficiente para que los espectadores aprendiéramos la ¨lección¨, Fabio -el hombre ¨pecador¨- es secuestrado en Somalía por espionaje. ¿No será mucho? No, hay más. Como la repetición de un mantra, el director resalta sobre lo resaltado: ¨A veces el amor nos da una bofetada en la cara, y no importa si ha ocurrido antes… siempre duele. El amor no hace descuentos, es un trabajo que no requiere experiencia. Una bofetada a los veinte años sorprende tanto como a los sesenta. Así es el mal de amor, bofetadas!¨, nos explica literalmente a cámara el cupido taxista cuando el pobre hombre pierde hasta su dignidad. El tercer hombre, el ¨mayor¨, es nada más ni nada menos que Robert de Niro, quién se enamora de nada más ni nada menos que de Monica Belucci. Debo reconocer que su historia de amor es la más pasable, quizás por ser menos prejuiciosa que las anteriores, quizás por la despampanante belleza de Monica Belucci, quizás porque ya estaba curada de espanto. A esta altura ya estaba inmunizada a las cursilerías, al exceso protagónico de ¨cupido¨ con sus enseñanzas enciclopédicas, y a los infinitos lugares comunes que recae y expone el director. No existe una sola forma de amar, todas las personas piensan y sienten de distinta manera, las acciones no se dividen en ¨buenas¨y ¨malas¨, y la vida no se fracciona en tres etapas. Uno puede ser joven y sentirse anciano y viceversa. Giovanni Veronesi señala, etiqueta y acusa con el dedo. Sólo le falta clavar las cruces en la entrada de la sala y repartir hostias en vez de pochoclo para convertir al cine en una iglesia. Amén.