Lo que importa es la bajada de línea
Hay un plano que resume la mayor parte de los defectos -nacidos en buena medida de sus ambiciones- de Las enfermeras de Evita. Allí se ve un busto de Juan Domingo Perón en primer plano, ocupando casi la mitad de la pantalla, y una de las enfermeras del título en el fondo, de espaldas, un tanto fuera de foco, observando unas fotografías. Haciendo una rápida interpretación, tenemos a una figura enmarcada como prócer, como custodio y tutor, mientras que la otra persona queda desdibujada, como una parte no precisamente fundamental de algo mucho más grande. Y es que al film de Marcelo Goyeneche le importa más Perón que la enfermera en cuestión, que es apenas una excusa para decir algo, que gira alrededor de un elogio constante del gobierno de Perón. Lo que interesa son la ideología y la bajada de línea, no las personas.
La premisa de este documental es contar la historia de un grupo de mujeres que estudiaron enfermería en la Escuela de la Fundación Eva Perón en 1948, vieron sus vidas cambiar de múltiples maneras a partir de integrar esa institución pero luego, con la caída del peronismo y la llegada de la Revolución Libertadora, fueron perseguidas y reprimidas, continuando su lucha por distintos caminos. Pero en verdad a Las enfermeras de Evita le preocupa más contar los supuestos progresos en el sistema de salud durante el gobierno peronista y cómo eso fue supuestamente destruido por la Revolución Libertadora. Hablamos de supuestos porque la visión es tan sesgada, tan burda y sin un mínimo de contraposición, que se hace necesario ponerla en duda. Al film no le basta con escoger filmaciones y grabaciones de la época destinadas no a delinear un contexto sino simplemente a hacer una apología permanente del peronismo; tampoco con rodear casi todas las imágenes de una banda sonora de trazo grueso, que remarca todo lo que muestra, como si no confiara en lo que puede sentir y pensar el espectador, o en el potencial de su propio relato; sino que va más allá y presenta unos musicales casi inclasificables donde el mensaje es reforzado una y otra vez, de manera tan torpe que en vez de producir un acercamiento, termina consiguiendo todo lo contrario.
Las enfermeras de Evita no llega a los extremos de Cómo llegar a Piedrabuena, que dejaba a sus protagonistas en un absoluto segundo plano: especialmente en su segunda mitad, es capaz de dejarle el lugar que corresponde a ese grupo de enfermeras, que no sólo recuerdan y extrañan, con pasión y amor, el tiempo en que formaron parte de la Fundación Eva Perón; sino que continúan debatiendo y pensando el rol de la enfermería como profesión y el de la mujer dentro del sistema de salud argentino. Ahí es cuando la película resurge y demuestra tener cosas interesantes para contar, precisamente porque son las protagonistas quienes lo dicen y no el film desde sus arbitrarios enunciados alejados de lo que es el cine. Pero claro, aún en sus mejores momentos, Las enfermeras de Evita parece no poder evitarlo y vuelve a bajar línea, a interrumpir la narración de esas mujeres entrañables que tiene como supuesto centro, dejándolas fuera de cuadro o de foco, recordando incluso a los peores momentos de Néstor Kirchner: la película.
El gran problema de Las enfermeras de Evita no es, obviamente, que sea peronista. Esa es una posición, una ideología, una manera de ver el mundo -y nuestro país- tan válida como cualquier otra. Su gran problema es que quiere imponer su mirada con total arbitrariedad, dejando de lado toda ambigüedad y utilizando a sus personajes como meras herramientas discursivas. Y la verdad es que no hay peor paternalismo que ese.