Sana sana
Más allá de algunas cuestiones meramente formales y que pueden llegar a molestar a la transición de la historia, Las enfermeras de Evita (2014) de Marcelo Goyeneche, potencia en imágenes las vidas de las cuatro profesionales que supieron hacer de la pasión y la militancia, una manera de ayudar al otro.
Con un fuerte manejo de archivo y la narración en primera persona de las protagonistas, Las enfermeras de Evita busca respuestas sobre un momento histórico particular del país en el que la exposición y el logro en materia de Salud Pública, justificaba la razón de ser de un movimiento político que buscaba la equidad social y la igualdad de oportunidades entre los habitantes.
Si en los testimonios de María Eugenia Álvarez, Lucy Rebelo y Dolores Rodríguez podemos recuperar parte del trabajo que ellas ejercieron como parte de un engranaje mucho mayor, es porque el director deja que la cámara se pose sobre ellas para relevar argumentos. Nunca se juzga, son ellas las que asumen roles que, más allá de que se los conociera anteriormente, marcan también diferencias buscando cada una tener un posicionamiento diferente al de sus compañeras. Pero Las enfermeras de Evita no habla sólo del pasado y de cómo a través de la plena aceptación y transmisión de algunos de los preceptos más arraigados del justicialismo se buscaba ayudar al otro, sino que también cuenta cómo hoy en día mantienen su mente activa acompañando en charlas a nuevas enfermeras o a quienes quieren serlo.
Al tradicional documental Goyeneche le encuentra una vuelta, pasando de la entrevista directa con mirada a cámara o en diagonal a ella, la proliferación de secuencias de archivo (hay un gran trabajo de reconstrucción a través de estas), y redoblando la apuesta cuando con números musicales y canciones se intenta reconstruir el esplendor de la época en la que las enfermeras eran jóvenes. Es en ese hallazgo que Las enfermeras de Evita juega su carta más importante, porque si bien el tradicionalismo aporta verosímil a la narración, y al género al que pertenece el film, es en el quiebre donde más puede jugar a ser otra cosa.
Otro punto a favor es la utilización de la película más emblemática, Dios se lo pague (1948), para explicar la vocación y la razón de ser de estas luchadoras que, a fuerza de pasión y esmero, pudieron construir una larga carrera llena de anécdotas y recuerdos que vuelven en forma de documental como homenaje.