En Las estrellas de cine nunca mueren, el director escocés Paul McGuigan retrata los últimos años de vida de la actriz Gloria Grahame y su romance con un joven actor de Liverpool. Con el gran uso de flashbacks, Annette Bening y Jamie Bell dan vida a estos personajes que, a pesar de su diferencia de edad, con su historia de amor desafiaron a la sociedad a finales de los años setenta.
“Quien querrá tu corazón de marquesina, tu vejez, estrella en ruinas, rubia paseando en Rolls Royce”, Charly García escribió Canción de Hollywood en Los Ángeles alrededor de 1978 con la idea de poner en palabras lo triste y banal que es la industria cinematográfica, ya sea para quienes la consumen como para quienes viven de ella. Hollywood existe sólo en las películas. Suele pasar que, con el tiempo, algunas estrellas de cine se apagan y pasan al olvido. Es un destino cruel para los que están acostumbrados a ser el centro de atención. Es incluso más cruel para las mujeres que a determinada edad quedan relegadas a ciertos papeles y ámbitos. Su juventud y su sex-appeal quedan enterrados.
Gloria Grahame fue una actriz de la edad dorada de Hollywood, ganó un Oscar a mejor actriz de reparto en 1953 por Cautivos del mal. En su breve carrera fílmica, construyó una imagen de femme fatale que cautivó a millones y que compitió con la ingenuidad y carisma de Marilyn Monroe. Sin embargo, a partir de mediados de la década del ’50 su carrera en el cine declinó, pero se mantuvo activa en el medio teatral especialmente en Inglaterra. Es ahí donde conoce a un joven aspirante a actor con el que pasó los últimos años de su vida. El joven en cuestión, Peter Turner, escribió un libro de memorias sobre su relación titulado: Las estrellas de cine no mueren en Liverpool. McGuigan utiliza este material para construir una especie de biopic sobre sus recuerdos.
Es 1981, Turner (Jamie Bell) se entera de que Gloria Grahame (Annette Bening) atraviesa una fuerte crisis en su estado de salud, es por eso que la rescata de su habitación de hotel y la lleva a su casa familiar en Liverpool para cuidarla en ese duro momento. Durante esta recaída, la mente del joven se traslada a los instantes de felicidad que vivió en el pasado junto a la actriz.
Su relación comenzó en 1979, cuando ella vivía la última etapa de su carrera, dedicándose principalmente al teatro, yendo y viniendo entre Nueva York y Londres. En cambio, Turner, deambulaba de casting en casting sin mucha suerte y logrando pequeños papeles en obras de teatro independiente. A pesar de sus diferencias y superando las inseguridades ocasionadas por la diferencia de edad, juntos viven una apasionada historia de amor. Aprendiendo uno del otro. Grahame le enseña cómo funciona el negocio cinematográfico y le aconseja sobre cuestiones actorales. Turner la escucha, la cuida y, sin darse cuenta, la rejuvenece a cada paso. Un amor sin prejuicios que se ve eclipsado por una dura y terminal enfermedad.
Uno de los atractivos del film es el guion de Matt Greenhalgh que utiliza una estructura de flashbacks y flashforwards recurrentes para moverse entre dos líneas temporales. Mientras que McGuigan logra con inteligencia los contrapuestos puntos de vista de ambos protagonistas para explicar las circunstancias de su distancia.
Otra de las cosas a su favor es la correcta caracterización de Annette Bening en la piel de Gloria Grahame. Captura a la perfección la difícil personalidad de la actriz en sus últimos años. Su belleza y la calidez de cada mirada ayudan a cautivar al espectador. Por su parte, Jamie Bell construye a un conmovedor y sensible joven que, a pesar de la fuerte presencia de Bening, no queda eclipsado y juntos logran una química magnética. La credibilidad de su romance es visible en el primer encuentro y no desaparece hasta después de su emocionante despedida. Pero, sin lugar a dudas, lo más impresionante de toda la película es una breve escena de ambos en un teatro vacío que junto a las inolvidables palabras de Shakespeare retratan lo que significa el crepúsculo de una estrella de la actuación.