Las estrellas de cine nunca mueren, de Paul McGuigan
Por Gustavo Castagna
De Sunset Boulevard a Liverpool. De los films noir de los 50 al teatro inglés de décadas siguientes. De las luces de Hollywood al otoño británico de 1979 y 1981. Gloria Grahame (*) fue una excelente actriz, un torrente de seducción, una hembra fatal que sedujo a todo el mundo durante diez años, que se casó cuatro veces y se revolcó con su hijastro (hijo de Nicholas Ray, el cineasta de Rebelde sin causa, admirado por los Cahiers) y que, finalmente, pasó al olvido hasta una efímera resurrección ya en la Inglaterra de fines de los 70.
Acá empieza este biopic de dos años, este melo con grandes momentos y otros no tanto que dirigió Paul McGuigan, realizador al que tal vez algunos recuerden por Acid House estrenada hace tiempo.
Allí, en ese Liverpool al borde del adiós de los primeros y genuinos años pos punk acompañados por el cadáver exquisito de Sid Vicious, en ese mundo ajeno a una proclama revolucionaria, Gloria Grahame vive una vital historia de amor con el joven actor Peter Turner, lejos del glamour y los oropeles, cerca de la sinceridad y más allá de las luces.
Las estrellas de cine nunca mueren transcurre dentro de las convenciones en esta clase de relatos: dos personajes opuestos que desafían a la época, dos mundos diferentes pero, de manera impensada, con una pareja que se acepta dentro de un ámbito familiar (en especial, los padres del joven) que dan el visto bueno para que la ex diva sane de su enfermedad en ese enorme caserón de Liverpool. La narración va y viene entre 1979 y 1981, mostrando momentos de felicidad de Gloria y Turner, una escena extraordinaria donde conversan con la madre y hermana de ella y surgen hechos del pasado que fustigan a la protagonista y otros instantes que oscilan entre la melancolía por un pasado que no vuelve y un presente que se prevé oscuro y sin salida. Allí, en ese juego de luces y sombras que rondan a la pareja, la película misma sube y baja en interés. Por momentos, sostenida desde la pureza del melodrama, en otros ubicada en una meseta narrativa sin demasiadas complejidades y en algunas ocasiones (las menos) raspando las costuras del producto televisivo obvio y convencional.
Sin embargo, aun con sus desniveles, la película sube y sube en interés debido a su fenomenal elenco. Pese a sus reiterados tics, Jamie Bell (el ex niño de Billy Elliott) se banca bien el protagónico. En rol secundario de importancia sobresalen Julie Walters (la mamá del protagonista) y en solo una secuencia aparecen Vanessa Redgrave (la madre de Gloria) y Frances Barber (hermana de Grahame), aquella inolvidable intérprete de Sammy y Rose van a la cama de Stephen Frears.
Pero Las estrellas de cine nunca mueren no sería tal sin la avasallante y extraordinaria interpretación de Annette Bening.
En este punto, Gloria Grahame, en algún lugar, debe sentirse más que satisfecha.
(*) Para quienes no conocen a Gloria Grahame (28.11.1923 / 5.10.1981) van cinco películas fundamentales de su carrera: Cautivos del mal (1952, Vincente Minnelli); In a Lonely Place (1950, Nicholas Ray); Los sobornados (1953, Fritz Lang); La bestia humana (1954, Fritz Lang); La telaraña (1955, Vincente Minnelli).
LAS ESTRELLAS DE CINE NUNCA MUEREN
Film Stars Don’t Die in Liverpool. Gran Bretaña, 2017.
Dirección. Paul McGuigan. Producción: Barbara Bróccoli. Guión: Matt Greenhalgh sobre las memorias de Peter Turner. Fotografía: Urszula Pontikos. Música: J. Ralph. Intérpretes: Annette Bening,Jamie Bell,Julie Walters,Vanessa Redgrave,Stephen Graham,Leanne Best,Kenneth Cranham,Frances Barber,Tom Brittney,Ben Cura. Duración: 106 minutos.