Apagarse de a poco.
Los resortes del melodrama más clásico, el derrotero de toda biopic en etapa trágica y un gran desempeño de Annette Benning en la piel de la actriz Gloria Grahame, consagrada con un Oscar por su rol en Cautivos del mal (1952), además de una trayectoria importante en películas Noir de los ’50 no escapa a la tradición de películas que hablan del ocaso de estrellas o participan de su eclipse una vez pasada la época de brillo en las pantallas del mainstream hollywoodense.
Además, Grahame contaba con una reputación privada un tanto cuestionable al haber contraído matrimonio por cuarta vez con su hijastro, hijo del director Nicholas Ray. Pero ese es un dato anecdótico que no hace a la esencia de esta historia de amor con el joven londinense Peter Turner, un aspirante a actor teatral que la conoció en Liverpool en 1979 y hasta 1981 la acompañó en su enfermedad terminal, a medida que la estrella se iba apagando, su glamour desaparecía y Peter jugaba un rol complicado en su atormentada vida y relación de pareja.
No obstante, así como la actriz en su ocaso se va opacando, el relato propuesto por el director Paul McGuigan hace lo propio y alarga un desenlace que es una crónica anunciada desde el momento en que la palabra cáncer aparece en la historia.
Las transiciones en el mismo espacio para definir dos momentos de la relación entre Peter y Gloria encuentran un sentido estético en la puesta en escena pero por momentos el vaivén de 1979 a 1981 y viceversa cansa al espectador y quita ritmo valioso al melodrama y a los tiempos internos y muertos de secuencias donde el trabajo de composición de una Benning contenida se pierde, así como sus erráticos comportamientos respecto a Peter y su entorno familiar, aspectos que van más allá de los aires de diva de toda actriz hollywoodense que se precie.
Por otra parte, cuando el director ubica la trama en el drama personal de Gloria es cuando el film recupera terreno perdido y gracias a la dirección de actores evita el melodrama cursi para terminar en un poético homenaje a las divas que como las estrellas un día dejan de deslumbrar pero nunca de brillar.