Gloria Grahame se merecía una película. No sabemos si esta ficción nacida de la tenue melancolía del inglés Paul McGuigan representa su último homenaje, pero Annette Bening le regala una dignidad tan kitch y extravagante que, por momentos, trasciende la pantalla. Emblema de la femme fatale del noir tardío, el de los ambientes ya sórdidos y desgastados de los 50, Grahame fue una musa trágica dentro y fuera de la pantalla. Inspiración del decadente escritor que interpreta Bogart en En un lugar solitario, y esposa y maldición de Nicholas Ray detrás de las cámaras, su silueta fantasmal conoció la gloria y el escarnio, la eterna confusión entre la vida y la pantalla, el despiadado juicio a sus amores y deseos.
Ambientada en la Liverpool de los años 70, la película de McGuigan la muestra en su crepúsculo, como una actriz que recorre los teatros ingleses en busca de viejos éxitos y nuevos amores. La muestra tan diosa como humana, rasgada por las pérdidas y los errores, encendida por esa juventud recobrada. El encuentro con el joven actor Peter Turner (excelente Jamie Bell) le brinda a la película un punto de vista que es íntimo e histórico a la vez, un tanto fascinado con sus propios juegos temporales pero sin nunca caer en miserias ni efectismos. En su calidez y fragilidad, la interpretación de Annette Benning es tan consciente de esa necesidad de la vida que agita a su personaje como de la muerte que impregna a su mito.