Lo nuestro es algo eterno
Un cielo rojo, profusamente rojo, de un color intenso. Las nubes densas copan todo el firmamento y los personajes, un hombre y una mujer, se muestran en una danza equilibrada y amorosa.
Así comienza Las furias, de Tamae Garateguy, directora de Mujer lobo (2013) y Hasta que me desates (20179, entre otras. Una historia que muestra cómo la violencia y el abuso son una cara de la falsa moral, el odio racial que suele amplificarse hacia otros odios, y de qué modo derivan estos en miedo y más horror. El miedo ante la persecución y la amenaza violenta y horrible, que muestra el fuego interno que crece al aire libre. La naturaleza influye en el deseo y los rituales antiguos e intensos se fusionan en medio de los cuerpos de los amantes. Pero el miedo invocado en nombre (y por parte de) el que “manda” y el que tienen “la razón” parecen más fuertes, y retratan una pintura de lo que somos, a nuestro pesar.
El pasaje de los personajes principales, de una cierta “inocencia” y pureza inicial a una violencia marcada y una ira (no) contenida se enmarcan en la necesidad de sobrevivir. Casi una muestra social minimalista en espacios que son ajenos a la mirada centralista que rige usualmente.
Un gran cuidado de la estética y la fotografía hacen de Las furias un film de consideración y de factura poética sostenida pero también una construcción cruda de una visión de la realidad que no vemos, de la diferencia de odio dirigida a la idea de superioridad que luego invade todo lo que nos rodea y nos vincula, inmersos en los problemas de la comodidad pos moderna citadina.
Los protagonistas son perfectos: Guadalupe Docampo, Nicolás Goldschmidt, Juan Palomino, Daniel Aráoz y Susana Varela se encuentran perfectamente con la narración que los abriga.
Las furias es una película de género concisa, cuidada, de creación y estructura detallada en los espacios en que los personajes se van transformando, y resuelven, perseguidos por el horror y la sed de venganza, en algo que nunca imaginaron ser.