Leónidas pasa su última noche en la cárcel, entre pesadillas de lo que le espera afuera. Lourdes padece su historia de encierro y abusos en su propia casa, con su violento padre como carcelero.
Cada cual, a su manera, será para el otro la herramienta que sirva de escape de una vida que les fue impuesta, en la que no encuentran su lugar.
La relación del joven huarpe y la hija del estanciero parece condenada al fracaso desde antes de empezar. Tienen un lugar que cumplir en sus familias, pues exigen que ocupen el lugar que les fue asignado sin cuestionarlo. Rebelarse ante esos mandatos despierta las furias de quienes más esperan obediencia, más por sus propios motivos mezquinos que preocupándose por el bienestar o felicidad de la pareja.
Las Furias en el desierto mendocino
Narrada en dos momentos separados de sus vidas, Las Furias relata el camino de Leónidas (Nicolás Goldschmidt) y Lourdes (Guadalupe Docampo) hacia la tragedia, en paralelo a lo que sucede tras su posterior reencuentro.
La estructura quebrada no necesita que nadie la explique: a los pocos minutos se hace evidente que no todo lo que se nos muestra está sucediendo al mismo tiempo. El recurso no sirve para contar dos historias independientes, sino dos etapas de una misma trama: un drama que se tomó una tregua en el medio, para luego recuperar el aire antes de volver a saldar cuentas.
Con la dirección de Tamae Garateguy (Mujer Lobo), Las Furias se mete con crudeza en la violencia que aún rige en muchas relaciones familiares, y en el racismo que ejercen sobre comunidades originarias los terratenientes criollos, quienes con el poder económico y político que les brinda su condición pueden comportarse prácticamente como señores feudales. Incluso utilizando a la policía como su guardia personal.
Grabada íntegramente en la provincia de Mendoza, Las Furias aprovecha la belleza natural del desierto, pero no se contenta con intercalar un par de postales turísticas en una película que el resto del tiempo podría estar realizada en cualquier otro sitio. Con algo tan onírico y atemporal como la historia que cuenta, Las Furias se destaca por una propuesta visual que impacta desde la primera imagen y rara vez baja de nivel, excepto en algunos detalles poco verosímiles del vestuario.
Por el contrario, es en lo narrativo donde falla. La trama, que de por sí no ofrece mayores complejidades o giros, avanza a ritmos desparejos y por momentos parece haber perdido fragmentos en el camino. Esto no impide su comprensión, pero sí afecta su fluidez, en ocasiones poniendo a prueba el verosímil. Por ejemplo, con personajes que aparecen de la nada sin que nadie note su presencia hasta el último segundo.
A medio camino entre el western violento, el fantástico y la tragedia de amor, Las Furias resulta tibia en casi todo lo que se propone. Incluso en su crítica social: por más que se anima a mencionar temas como el abuso sexual o la violencia racista, apenas los desarrolla y quedan en el aire sin apropiárselos cuando termina.