Una cautiva que anda suelta
Por más tentador que sea describirla como la historia criolla de Romeo y Julieta, el primer tiempo de Las Furias está más cerca de una versión con sed de venganza de Bonnie and Clyde. Y lo cierto es que una vez que avanza el relato, ya no importa el amor romántico de esa pareja tanto como salvar al fruto de su unión, que es la de dos mundos opuestos.
Que la pareja no muera y que Lourdes continúe la historia es un desvío que despega a la trama de la romantización del amor prohibido y abre el sentido a un imaginario relacionado con otros temas: la fortaleza femenina y la herencia mestiza. De la puesta en escena del epílogo se entiende que madre e hijo, de espaldas al espectador, apuran el paso hacia un lugar lejos del pueblo-infierno del que venían. Si bien no se precisa el destino, el encuadre del paisaje abre una vasta pasarela natural que -opuesta a los interiores que siempre aluden a la prisión del cuerpo o del espíritu- da una sensación de viaje iniciático hacia una tierra prometida donde ninguna ley ciña las identidades diversas ni las otredades.
En el primer encuentro entre Leónidas y Lourdes, Tamae Garateguy cristaliza la imagen de raíz más pictórica de la cautiva, vestida de color blanco y lánguida, desgarbada y desorientada (en este caso intoxicada). Pero ahí, donde acto seguido debería mostrar un rapto, filma un rescate. Y si el protagonista funciona como lo desconocido que salva, en contraposición el padre-patrón de Lourdes es el captor que acecha camuflado dentro del propio clan, en una lógica donde lo familiar se vuelve siniestro y lo ajeno una vía de escape.
Otras películas argentinas que traen el tema, como las versiones de cautivas de Gastón Biraben o Adrián Caetano, reemplazan al indio del poema original de Echeverría por malones más contemporáneos: los padres apropiadores durante la dictadura militar o los delincuentes de la gran ciudad, respectivamente. Pero el trastocamiento que propone Garateguy -que habilita una lógica de redención del indio (y del masculino) decodificado casi siempre como lo amenazante- posiblemente sea lo más nutritivo de esta relectura, y no es menor que venga de la cámara de una directora.
Las Furias lleva el mismo nombre que la primera película argentina sonora dirigida por una mujer, Vlasta Lah. Como contó Fernando Martín Peña en la última edición online del Bazofi, con un catálogo que incluyó esta y otras rarezas, en la versión de 1960 las mujeres salen un poco del rol de objeto de deseo del melodrama clásico para ocupar un lugar más protagónico en relación a los personajes masculinos e incluso ser dentro de la trama las artífices de su propio destino. Algo de ese linaje de ir al frente está en Garateguy; como una voluntad de salir del cautiverio que la propia cultura impone como una inevitabilidad, sea del mundo de Leónidas, del de Lourdes o de cualquier otro.