Como en Hasta que me desates y Mujer Lobo , Tamae Garateguy explora los límites de un género popular. Con similar espíritu que en las anteriores incursiones en el cine de terror y en las historias de explotación y venganza, Las furias se nutre del melodrama criollo en su forma autóctona, habitada por la tradición de directores como Alberto de Zavalía, por la herencia de los mitos y las leyendas de la pampa húmeda. La historia de Lourdes (Guadalupe Docampo) y Leónidas (Nicolás Goldschmidt) comienza sobre un cielo rojo, como una transgresión: una historia de amor y pasión entre la hija de un terrateniente, patriarca malvado y abusador, y un nativo huarpe, destinado al liderazgo de su comarca. Aún en sus tropiezos narrativos y lidiando con algunas disparidades en las interpretaciones, Garateguy tiene un sentido intuitivo de la composición, lo que le permite servirse del artificio y la estilización de la puesta en escena para profundizar símbolos y oposiciones, para valerse de influencias y hacerlas propias.
Como en el western Las furias con el que Anthony Mann mostró las tensiones entre blancos y mexicanos en la frontera entre el noir y la tragedia, estas furias que arrebatan el universo de Garateguy, con destellos de gore y violencia coreografiada, se asoman a un mundo también fronterizo, que prioriza la fuerza de algunos momentos por sobre la efectividad total del relato, la presencia de los cuerpos por sobre la fantasía de las apariciones.