Mover la estructura
Claudia Piñeiro es, quizás, la autora argentina contemporánea más trasladada a la pantalla grande de los últimos tiempos. Sus relatos policiales encuentran fácilmente su lazo con el público cuestión que invita a las múltiples versiones cinematográficas de su obra. Las viudas de los jueves, Betibú, Tuya, y ahora, Las grietas de Jara.
Sus novelas no sólo plantean un crimen, producto del género que transitan, sino que, además, constituyen una fuerte crítica a la sociedad que se desprende de la estructura narrativa. Hecho evidente en Las grietas de Jara (2018), dirigida por el hijo de su pareja, Nicolás Gil Lavedra (Verdades verdaderas. La vida de Estela).
La historia comienza cuando en un estudio de arquitectos se presenta una joven fotógrafa (Sara Sámalo) preguntando por Jara (Oscar Martínez), un anciano que intentó demandar a la constructora cuando una obra aledaña le ocasionó una grieta en su departamento. Nada se sabia de este hombre hasta que, la pregunta, dispara una serie de dudas sobre su paradero. El más joven de los arquitectos del estudio, Pablo Simó (Joaquín Furriel), empieza una investigación sobre lo ocurrido y busca comprender los motivos que impulsaron a Jara a obsesionarse con el litigio. Esta situación pone en crisis al arquitecto y hace replantear su gris existencia.
Las grietas de Jara traza estas dos líneas de argumento, la policial y la existencial, siendo la primera más efectiva que la segunda. La película utiliza dos temporalidades para marcar las diferentes tramas, mediante flashbacks que reconstruyen los sucesos del pasado, trata de detallar lo sucedido con Jara en una intriga policíaca, mientras que en el presente desarrolla la crisis existencial, y con ella familiar, del protagonista. La trama policial fluye mientras que la existencial se siente forzada en varias oportunidades, siendo la crisis familiar lo peor del film que, con diálogos inverosímiles, recurre a un melodrama de telenovela.
Lo más interesante del film es la crítica que plantea el texto, aquella que pone en relieve la miserable existencia del arquitecto identificado con la figura de Jara. La mediocridad del comportamiento de una sociedad civil, capaz de cruzar límites legales con tal de justificar sus oscuras acciones. Y aunque las metáforas en la película pecan de ser poco sutiles, no está de más dejar en claro la necesidad de realizar grietas al sistema con tal mover sus cuestionables cimientos.