Basada en una novela policial de Claudia Piñeiro de 2010, la historia del estudio de arquitectos jaqueado por un obsesivo vecino que los acusa de provocar, con su obra, una grieta en su casa, tiene ahora su versión cinematográfica. El protagonista es Pablo Simó (Joaquín Furriel), arquitecto empleado, de vida gris, que recibe la visita de una bella fotógrafa (la española Sara Sálamo). Seducido, descubrirá que la chica vive en la casa de Jara (Oscar Martínez), el tipo que los extorsionaba a él y sus patrones (Soledad Villamil y Santiago Segura) para que le pagaran el daño -la grieta- y que desapareció misteriosamente.
Las grietas tiene varios problemas (de puesta, de cohesión, de fluidez narrativa, de texto), pero el mayor es que no logra nunca construir el clima de suspenso o misterio necesario. Aunque todo hace referencia a lo que se esconde, de una manera obvia y declamada, con personajes que se miran entre sí para que nos quede claro. Como si bastara con nombrar un asunto para que fuera atractivo, musicalizar cada aparición de Jara para que entendamos que estamos ante un peligro potencial, o someter al impávido Simó a una esposa crónicamente malhumorada, en escenas iguales e intercambiables, para que se sobre entienda su infelicidad. Un traslado fallido, impostado y muy poco convincente de una historia que pedía, al menos, un poco de vuelo.