Eva, Sofía y otros chicos del montón
Parece que el cine argentino, dentro de la comedia, anda rindiéndole homenaje al cine que Pedro Almodóvar filmó hace 30 años, es decir, a aquel de la llamada “movida española”. Hace tres años, ¿De quién es el portaligas?, dirigida por Fito Páez, no ocultaba al referente; dos semanas atrás, algunas escenas de Boca de fresa, dirigida por Jorge Zima, invitaban al recuerdo del cine del manchego; en tanto, Las hermanas L sostiene su base argumental a través del desprejuicio, las escenas sexuales, los conflictos familiares y un transparente déjá vú, logrado en ocasionales escenas y más que rengo en el análisis global del film. Los disparates se suceden en una familia particular: dos hermanas de características opuestas (Silvina Acosta y Florencia Baier), unos padres separados (Willy Lemos y Daniel Fanego) y una corte de personajes que cruzan influencias del cine de aquel Pedrito y del ex enfant terrible John Waters. Las situaciones oscilan entre momentos de rotunda eficacia y otros donde la exuberante simpatía de los personajes cae en el cliché más remanido y estereotipado. Sin embargo, uno de los problemas mayores de Las hermanas L es su débil construcción cinematográfica, plagada de primeros planos que no condicen con el ritmo y la agilidad interna que debe tener una comedia. Por lo tanto, en una película que poco armoniza con el slogan de “multiorgásmica”, quedan los desbordes (actorales, sexuales, situacionales) que hacen lo posible para sostener el interés del relato. En este punto, la desenfrenada actuación de Soledad Silveyra merece el mayor de los elogios. <