El espíritu juvenil de Alain Resnais
En Las hierbas salvajes, el director francés, de 87 años, invita a entregarse al placer de lo inesperado y lo irreal
Más libre que nunca, con la misma audacia que mostraba en Hiroshima mon amour , Hace un año en Marienbad o Providence , la elegancia formal que define su estilo y la voluntad de seguir experimentando, Alain Resnais se libera aquí de unos cuantos códigos, lo que deleitará a espíritus tan indeclinablemente juveniles como el suyo y desconcertará a quienes vayan en busca de una historia psicológicamente coherente, cuya lógica narrativa responda a explicaciones razonables y, en lo posible, que tenga un principio y un fin. Las hierbas salvajes es, sobre todo, imprevisible. Parte de un hecho banal para después permitirse todas las digresiones posibles, y la única lógica a la que parece responder, en todo caso, es la del absurdo. Pero ese recorrido fortuito -que quizá no lo sea tanto, ya que conduce, aunque por caminos improbables, a temas como la pasión, la obsesión, la necesidad de ser amado, el dolor o la muerte- está lleno de sorpresas, de imaginación, de jugosos ping-pongs verbales, de humor. Los personajes responden a impulsos irracionales; no saben adónde van, pero su paso es firme, decidido. La voz en off del narrador omnisciente intenta poner algún orden en esta historia que a ratos no tiene pies ni cabeza, pero titubea, se corrige o se contradice tanto que agrega ambigüedad.
En el principio hay algo de Hitchcock en los planos detalle que refieren el hecho determinante de la acción: a una mujer que sale del local donde acaba de comprarse zapatos -después sabremos que es madura, soltera, dentista y piloto de aviones- le roban la billetera que llevaba en la cartera. Un hombre la encuentra, sin dinero pero con toda la documentación, en un estacionamiento cercano, y decide entregarla a la policía, pero -burocracia mediante- su gestión fracasa, de modo que decide encargarse él mismo de la devolución.
La búsqueda se hace obsesiva para este burgués casado, retirado y con un pasado misterioso. Y la historia, a partir del encuentro que al fin se concreta, sigue los rumbos más azarosos.
Resnais invita a entregarse al placer de lo inesperado y lo irreal, el placer del puro cine. El principal interés del film está precisamente en esa deriva constante, en ese andar -desentendido de todo realismo- donde todo es posible, pero nunca faltan la gracia, la inteligencia ni la diversidad de personajes atractivos, a los que el cineasta concede atención y ternura similares. Como sucede siempre en sus películas, el elenco funciona como una orquesta perfecta, y el acople de imágenes, palabras y música confirma que detrás de la cámara hay un director de los grandes.