Feminismo de guerrilla
Uno asiste a festivales como el (20) BAFICI con el fin de ver películas como Las hijas del fuego (2018), ganadora de la competencia argentina. El film produce un shock audiovisual y no por las imágenes de sexo explícito que muestra, sino por la violencia provocadora que contiene hacia la mirada patriarcal. Feminismo de guerrilla.
El film es un tour de force por la Patagonia en el que un grupo de chicas, todas lesbianas, van teniendo sexo grupal mientras suman comensales desde Ushuaia hasta Puerto Madryn. Altas, flacas, gordas, peladas, negras y con diferentes gustos sexuales desde el uso de diferentes consoladores hasta sadomasoquismo, deambulan en escena teniendo sexo. Cualquier atisbo de delicadeza brilla por su ausencia del mismo modo que la presencia de hombres, golpeados y echados de la escena por su mirada conservadora. La energía subversiva - agresiva se trasmite en cada fotograma.
Una orgía lésbica en una iglesia, otra en un parque natural al aire libre y a plena luz del día. El plano secuencia final que sigue a una chica en patines con una bandeja de consoladores ofrecidos de habitación en habitación donde no se pueden diferenciar cuerpos. La chica masturbándose con un traje de pastillas, son algunas de las escenas de esta película.
La película tiene la forma de capricho y búsqueda constante: La intención de hacer una porno como premisa audiovisual, una porno donde todas son “sujeto” ante el deseo. Albertina Carri derriba así todo tipo de mirada patriarcal sobre el porno y la mujer. Transforma a las protagonistas en agentes de su destino que toman el toro por las astas, lo dominan y reducen a su merced. Modifica la imagen social de la mujer con energía pasional, rebelde y anárquica.
A la hora de duración, el film se vuelve reiterativo. Ahí entran en escena las caras conocidas: Erica Rivas, Cristina Banegas y Sofía Gala Castiglione, ninguna -para tranquilidad de los fans- tiene sexo ni aparece desnuda, pero sus roles son claves en esta fiesta de liberación dionisíaca.
Las hijas del fuego es un golpe a la mandíbula del espectador, a quién interpela sacándolo con los tapones de punta de su zona de confort. Ante semejante espectáculo debemos preguntarnos si estamos o no frente a un hecho artístico. Dicen que el arte debe incomodar y vaya si lo hace. La respuesta queda en cada espectador que tendrá que enfrentar sus prejuicios.