Grandes directores han usado de manera provocadora el sexo explícito en su cine. De alguna u otra manera, aún en los tiempos que corren, sigue resultando transgresor que algunos laureados directores incluyan escenas de sexo explícito en sus nuevas películas. Tal es el caso de “Shame” de Steve Mc Queen con Michael Fassbender, “The Brown Bunny” de Vincent Gallo, Michael Winterbottom en “Nueve canciones“ o el de Lars von Trier con “Ninfómana“, sólo por citar algunos ejemplos.
El resultado y el riesgo fue dependiendo de cada director en particular, obteniéndose resultados absolutamente disímiles y con apuestas estéticas que van desde lograr una mayor intimidad (como sucede en “La vida de Adèle” de Abdellatif Kechiche), una búsqueda de un lenguaje innovador en el cine (los postulados del Dogma de Lars Von Trier y su trabajo en “Los idiotas”), describir y desarrollar un micromundo en el que se intenta sumergirnos (la osadísima “El desconocido del lago” Alain Guiraudie) o tratar de sacudir e incomodar al espectador, a veces, innecesariamente (el claro y típico ejemplo es “LOVE” de Gaspar Noé en el que inclusive el director usó la técnica de 3D).
En la nueva película de Albertina Carri, “LAS HIJAS DEL FUEGO“, la premiada directora, redobla la apuesta. Usando a la protagonista principal como su propio alter ego, la historia se centra en la búsqueda interna de una directora de cine frente a su nueva obra. Después de haber estado un tiempo en la Antártida, regresa a Ushuaia y se reencuentra con su pareja, con quien finalmente toma la decisión de que su próximo proyecto será una película porno.
Y así resulta que “LAS HIJAS DEL FUEGO” tiene una mezcla de road movie lésbica, viaje iniciático y película porno a la vez. Partiendo de este planteo inicial, Carri intenta reflexionar y redefinir el porno justamente en la era del posporno y para esto no hay mejor ejemplo de audacia y transgresión con una mirada de autor sobre este tema, que el reciente documental “Mujer Nómade” de Martín Farina sobre la figura de Esther Diaz.
Pero abre, sin embargo, un espacio más afín con su militancia que con lo estrictamente cinematográfico.
Y allí se mezclan apuntes sobre el feminismo, sobre la violencia de género y el rol del matriarcado junto con una suerte de ensayo sobre una pornografía de cuerpos reales (la protagonista expresa en su proyecto “El problema no es la representación de los cuerpos, el problema es cómo esos cuerpos se vuelven paisaje ante la cámara”), el espacio para el deseo, el goce y, hasta podríamos decir que aborda de alguna manera, el recientemente mediatizado “poliamor”, generando un efecto de acumulación de temas a los que no se les logra otorgar el espacio de reflexión adecuado.
“LAS HIJAS DEL FUEGO” intenta construirse a través del lenguaje del porno más arquetípico y tradicional (diálogos sin demasiado sentido, escenas de sexo unas tras otras sin solución de continuidad, cuerpos fragmentados, primeros planos de vulvas y juguetes sexuales de todo tipo) y en ese sentido la apuesta de Carri es interesante, riesgosa, con toda esa potencia que tiene su cine para plantear nuevas experiencias y asumir nuevos desafíos.
Sin embargo, la propuesta se entrampa en sí misma y termina alineándose dentro de los códigos propios del género –esos mismos que pretende criticar, subvertir-, sin el aporte de una mirada femenina y novedosa a esa disyuntiva inicial que tiene la protagonista como cineasta y como mujer. Es así como entonces, las reflexiones mediante el recurso de la voz en off suenan impostadas, sumamente literarias, pretenciosas.
La poética, la profundidad y el vuelo de los textos no tienen correlación ni se ve plasmado en las imágenes de los cuerpos que carecen de erotismo y se mueven mecánicamente, con escenas reiteradas, sobreabundantes, agotándose por repetición.
En época de una abierta militancia por la diversidad de género, Carri muestra lo ya mostrado, pretende transgredir con algo que respira un aire anacrónico: ya nadie se asombrará por ver a dos mujeres teniendo sexo en pantalla (ni dos, ni tres, ni varias…) por más nivel de detalle que se le intente agregar.
Se queda atascada en una situación panfletaria, en una pretensión que no cumple, planteando una teoría cuya hipótesis no llega a demostrar: no logra establecer un nuevo paradigma, un nuevo status quo, que le sea propio y distintivo. Obviamente se reconoce que la cámara de Carri logra crear ambientes inquietantes, sobre todo en una larga la escena final -previa a la polémica última toma-, donde se impone la ambigüedad, un clima onírico y enrarecido que, lamentablemente, no logró sostener a lo largo de todo el relato.
Capítulo aparte merecen las participaciones de Erica Rivas y Cristina Banegas en pequeños papeles, con monólogos potentes y desplegando el talento al que ya nos tienen acostumbrados y la de Sofía Gala Castiglione en una de las imágenes más sugestivas del filme.
Dos horas de porno lésbico en la Patagonia, para no llegar a ningún nuevo territorio, y lo que es peor aún, para que la propuesta termine respirando un aire “masculino” y violento, de trazo grueso, por momentos burdo: eso mismo de lo que la militancia pretende alejarse. Y sin querer, se para peligrosamente muy cerca.